lunes, 26 de febrero de 2007

El silencio de la noche fue su aliado

El silencio de la noche fue su aliado. Un vuelo de ida, un vuelo de vuelta, un vuelo tranquilo, un vuelo nocturno.
Un vuelo maldito.
Durante la estancia, dolor y miedo y rabia. Imágenes de un cuerpo despedazado, repartido por la habitación. Sangre salpicada en el techo, sangre salpicada en las paredes, un charco de sangre en el suelo.
No tenían por qué. Ella era inocente.
Luego cayeron sobre él. Mercenarios de un supuesto ente superior que no entienden ni comprenden. Los machacó a conciencia sin importarle sus heridas. Su cuerpo sufría mientras su mente agonizaba en un mar de violencia. Ya nada importaba.
Le habían encontrado, la habían encontrado, fin de la historia. No habría más huidas.
Durante la vuelta, imágenes de una mujer sonriente, fantasmas de risas, alucinaciones de noches de sexo, convertido todo en un absurdo grotesco y despiadado. No tenían por qué. Quimeras de felicidad transformadas en conducta irresponsable y egoísta. Sombras de culpa que se solidifican en remordimientos agobiantes. Si la hubiera dejado en paz.
No vio el asfalto acercarse. Un poco más de dolor, algunas raspaduras nuevas, y un montón de plumas flotando en el aire. Un ala rota cuelga inútil mientras espera agazapado entre dos coches aparcados, junto a las plumas esparcidas en medio de la calle, junto a la sangre, el mejor reclamo. Vendrán.
Sucumbe a la violencia, se deja arrastrar al pozo sin fondo de la crueldad más atroz, deja salir lo peor de sí mismo sin control ninguno. Ni siquiera le importa cuántos caen antes que él. Antiguos compañeros que todavía no han perdido la fe y la confianza en el creador. Los odia tanto como lo que les hace.
Un chasquido espantoso, dolor, dolor intenso colapsando sus sentidos. Queda convertido en un muñeco roto que adopta una postura imposible, tumbado sobre una montaña de cuerpos inertes resultado de su propia locura, convertidos ahora en un macabro, patético túmulo sobre el que yace resignado e impotente.
Su cuerpo agotado, quebrantado, no puede seguir. Su mente se recupera en el último momento, se deshace del torbellino de pasiones y sentimientos para encontrarse con el alivio del fin. La última esperanza, encontrarla más allá de la muerte y pedirle perdón. Esperanza perdida, arrollada por la duda, por el miedo a la nada más absoluta.

El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Brotaba pintura de entre sus dedos

Brotaba pintura de entre sus dedos y ascendía en delgadas filigranas plásticas, atendiendo a una suerte de imposible gravedad invertida. Fluía perezosa desenvolviéndose despacio, retorciéndose y curvándose. Parecía recrearse y exhibirse, como si fuera consciente de que tenía un espectador y tratara de impresionarlo luciendo todos sus trucos aprendidos.
Un poco más arriba las columnas de pintura se seccionaban en gotas que alcanzaban el techo, devolviendo los ecos de un arrítmico chapoteo. Se estaba formando una gran mancha de pintura cuyos bordes cambiantes ya alcanzaban las paredes y descendían por ellas lentamente.
Con cada gota que subía hasta la mancha de pintura del techo, un pedacito de su vida se le escapaba y desaparecía para siempre. Era una metáfora demasiado cruel que describía demasiado bien su existencia escurriéndose despacio con cada uno de los días anodinos que desfilaban ante sus ojos, sin que hiciera otra cosa que verlos marchar sin demasiado interés aparente.
Sentía el acicate del miedo apremiándole, debía detener aquella locura, pero al igual que hacía cada día, se limitó a observar y esperar, por si algo o alguien solucionaba aquello.
La mancha de pintura continuó descendiendo, lo alcanzó y lo sobrepasó, y solo cuando estuvo completamente sumergido en aquel líquido denso y pastoso, solo cuando se le introdujo por los orificios de la nariz y notó el sabor de la pintura en la garganta, quiso gritar.
Pero ya era demasiado tarde.
Estaba invadido, su interior había sido ocupado, sustituyéndolo todo por un mar de color uniforme y brillante que permanecía calmo, liso, inmutable al miedo, a la apatía y a la indolencia que habitualmente le golpeaban.
Si tan solo hubiera hecho algo cuando todavía podía.

El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Entrada más reciente Página principal