miércoles, 27 de junio de 2007

Fahrenheit 451

Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel. A eso es a lo que se dedican los bomberos en esta novela de Ray Bradbury, a quemar los libros que todavía quedan.
A través de las reflexiones de Guy Montag, bombero y protagonista de la historia, el autor nos va describiendo una sociedad alternativa, que desprecia y teme los libros, y en la que Montag se siente perfectamente integrado y plénamente feliz. Hasta que un día conoce a Clarisse McClellan, una chica a quien le gusta observar el mundo y las cosas que hay en él, que analiza las situaciones y las conductas de los demás, que vive con una familia muy rara porque, para colmo, la motivan en este sentido. Y que va a cambiar la vida de Montag, pues le hará reflexionar y hacerse preguntas. Es esta primera parte del libro la que mejor escrita me pareció, y no es que el resto esté mal. En absoluto. La única pega que se le puede poner en este sentido es la traducción. En la edición que tengo está regular y llega a despistar con algunas palabras de traducción un tanto libre.

Un libro en la línea de 1984, de George Orwell, en al que Ray Bradbury nos plantea una distopía, un futuro alternativo que desgraciadamente no ha ido muy desencaminado. Escrito en los peores años de la Guerra Fría, en parte como respuesta a la censura de la caza de brujas del senador Joseph McCarthy, en parte como crítica a la quema de libros en la Alemania Nazi en 1933, leído ahora queda como un pasado alternativo que se parece demasiado en los peores aspectos al presente en que vivimos.

Ray Bradbury nos presenta una sociedad caracterizada por el control excesivo del gobierno, en la que una enseñanza desvirtuada y el absoluto desapego de padres e hijos crean una juventud malvada e irresponsable, y produce individuos cuya máxima aspiración es conseguir una sensación de falsa felicidad ignorando la realidad, refugiándose en sí mismos y en la televisión, que es a la vez un importante medio de control y una válvula de escape en la que encontrar distracciones suficientes para pasar el tiempo sin preocupaciones, puesto que pensar o reflexionar es lo que hace infeliz al individuo.
Es muy interesante ver como Ray Bradbury supo adelantar las consecuencias de la ausencia absoluta de cultura y motivación (no hace falta quemar libros si nadie los lee, dice el bombero Beatty, espeluznante reflexión por sus implicaciones), que crea una sociedad violenta, egoísta, y extremadamente fácil de manipular por un gobierno que controla y manipula a las masas, les hace pensar lo que quiere, y les distrae con cosas banales para que no piensen en los problemas que realmente tienen. La conversación sobre las elecciones es un buen ejemplo.
Quizás debamos preguntarnos hasta qué punto se han cumplido o están cumpliendo estas predicciones en nuestra sociedad, hasta qué punto hemos avanzado y seguimos avanzando en la dirección apuntada por Ray Bradbury. Quizás la respuesta te asuste.
A mí me da miedo.

Al hilo de este libro, leí hace unos días un post en blogmundi sobre propaganda y manipulación en los medios (también puedes leerlo en Ciberprensa, el blog original), que es interesante leer como información complementaria y como reflexión. Y desde luego, no puedes dejar de leer los principios de la propaganda de Joseph Goebbels, ministro de propaganda en la Alemania nazi. Quizás observes que son principios ampliamente aplicados en nuestra sociedad actual, tanto por los partidos políticos como por los medios de comunicación.

En definitiva, tanto Fahrenheit 451 como 1984 son dos libros que hacen reflexionar sobre la manipulación de la sociedad y la anulación de la voluntad del individuo; y recomiendo siempre su lectura por lo actual y vigente que resultan a pesar del tiempo que ha pasado desde que se escribieron.

sábado, 23 de junio de 2007

Transformaciones

La habitación del deseo está dentro de él y fuera de él. Puede sentir su presencia atronadora y silenciosa, agotadora siempre, tan irresistible y tan inalcanzable, tan atrayente, tan terriblemente atrayente, tan terriblemente dolorosa, como un druida podría sentir la antigua presencia de un bosque talado en una llanura sin árboles. Se sentiría igual de reconfortado por la sombra de la energía que una vez desprendieron los árboles, igual de frustrado porque ya no queda mas que el recuerdo del bosque en las piedras en las que una vez se hundieron las raíces.
Es como un sueño recurrente, propio de su naturaleza, que noche tras noche le mantuviera en vilo temeroso de caer dormido, pero que justo antes de entrar en el sueño, agotado, rendido por la vigilia forzada, se traiciona a sí mismo deseando, con un deseo poderoso que está más allá del deseo humano, entrar dentro de la habitación sin fin limitada tan sólo por su propia imaginación.
Allí, un árbol ha crecido dentro de él y las extremidades se le han vuelto rígidas y retorcidas como las ramas secas de un árbol muerto, y otras ramas nacen de las cavidades vacías de sus oídos y de sus ojos, proyectándose hacia el exterior. Un parpadeo, ilusorio en sus ojos ocupados por las ramas, y se transforma en una flor que está creciendo con una velocidad imposible en el árbol que antes era él, en el extremo de una rama delgada y flexible que cimbrea con la brisa arriba y abajo, arriba y abajo. Y ese movimiento de vaivén le catapulta convertido en una semilla arrastrada por el viento suave.
Otro parpadeo y se ve convertido en una mariposa que revolotea alegre por entre las flores de colores de un prado de infinito verde desbordado de sol. No tiene más ambición que seguir una trayectoria errática que desconoce, vagando alborozada y satisfecha, a veces justo por encima de la hierba, a veces buceando entre los tallos y las flores, rodeada siempre de la fragancia que las plantas ofrecen a la luz del sol de primavera.
Otro parpadeo y es una ardilla llena de energía que sube corriendo, nerviosa, por el tronco de un árbol que ya no es él, ni lo ha sido nunca, y entre quiebros y requiebros asciende por ramas gruesas que se van haciendo cada vez más delgadas, y se para de golpe, excitada e inquieta, en el extremo vertical de la rama más alta. Husmea el aire, jadeando, mientras el paisaje lleno de vida se introduce dentro de sus pulmones y vuelve a salir, una vez, y otra vez, y otra vez, tantas veces que ya no sabe se está dentro o fuera de él, y tiene la impresión de abarcarlo todo y no ser nada.
Cuando vuelve a ser él mismo se siente agotado, feliz por la estancia y porque ya no está allí dentro, temeroso de que alguien se de cuenta y se empeñen en llamarlo loco y en evitar que vuelva a entrar; frustrado porque quiere entrar de nuevo y soñar otro sueño distinto de todos los anteriores y de todos los que le seguirán.


Fotografía: Nhung.


El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 20 de junio de 2007

La fábrica de pesadillas

Es un libro que me ha sorprendido gratamente. Esperaba, aunque realmente no tenía motivos, un libro pesado, denso, y tal vez hasta difícil de leer. Pero es todo lo contrario. Una prosa elegante y cuidada en extremo, descripciones envidiables, una escritura que atrapa, envuelve y seduce; y un título muy apropiado para una recopilación de cuentos oníricos, con toda la atmósfera de los sueños que se transforman en pesadillas.

Iré analizando cuento por cuento:


El retozo: Un psicólogo que trabaja en una cárcel habla de un preso excepcionalmente raro. Es también el preludio de lo que espera a todo aquel que se atreva a seguir: perfecta y envolvente descripción de ambientes, terror psicológico, fantasía terrorífica.

El último festejo de Arlequín: Homenaje a Lovecraft desde la primera a la última frase. La misma estructura que los cuentos de Lovecraft, la misma incertidumbre mantenida hasta casi el final (sí, también hay una suerte de dios cósmico). A mí se me hizo un poco largo el deambular del protagonista en su búsqueda de información sobre un festival de payasos, quizás porque el autor nos da poca información durante las primeras páginas. Después, la búsqueda atrapa al protagonista vestido de payaso, que encontrará un destino un tanto peculiar. Es uno de los que menos me ha gustado.

La sombra en el fondo del mundo: Un espantapájaros terrible y tenebroso sirve para insinuar un terror oculto bajo tierra, inducido en todas las gentes de una ciudad. Insinuaciones sin concretar que dejan a la imaginación del lector libre para completarlas como le apetezca.

Teatro Grottesco: Relato extraño este, la verdad. Un Teatro, así con mayúsculas, y así de indefinido, que solo actúa para los artistas, y que mantiene una relación especial con ellos. Ligotti nos introduce en un submundo tenebroso de personajes de vida desarrapada a los que el Teatro afecta sobremanera.

El arte perdido del crepúsculo: Es uno de los cuentos menos oníricos del libro, y es uno de los que más me ha gustado. Y no porque trate sobre vampiros, si no porque lo hace desde una perspectiva distinta y nueva. Las descripciones y la atmósfera que crea Ligotti hacen vivir el relato, y en cuanto a la forma es envidiable. Hay fragmentos en este cuento que por sí solos justifican la compra del libro. Y el final me encanta, por lo horrible que resulta para el personaje principal, porque la narración hace comprender perfectamente el horror que siente.

El doctor Voke y el señor Veech: Atmósfera delicada y maravillosamente opresiva. El juego de luces y sombras, de objetos semiocultos por una oscuridad envolvente de la descripción del desván del doctor Voke es deliciosamente agobiante. El odio y el resentimiento en la petición del señor Cheev, las consecuencias de su arrepentimiento, las implicaciones del mayor tesoro del doctor Vocke, y el destino del pobre Taquillero crean un cuento de terror onírico, extraño, opresivo. Uno de los mejores.

El manicomio del doctor Locrian: Un relato de fantasmas, al estilo Ligotti. Cuenta la historia y el final de un manicomio, ya abandonado, en el que los pacientes no eran tratados como cabría esperar. Plantea los horrores llevados a cabo por el director del manicomio tan solo con la descripción de las habitaciones y de lo que en ellas había, posteriormente completada con las motivaciones del mismo director.

La secta del idiota: Otra vez un relato influenciado por Lovercraft.
Es un tanto difícil de seguir en ocasiones, quizás porque parece más bien una sucesión de escenas sacadas de alguna pesadilla, aunque de magníficas descripciones visuales. Me dejó un sabor agridulce.

La música de la luna: Insomnio, deambular nocturno y una música extraña interpretada por unos músicos más extraños aún. Muy conseguida la ambientación nocturna, agobiante cuando se interna en el edificio en el que se interpreta la música. Otro ha incluir en la lista de los mejores.

Vastarien: Me llamó la atención desde el principio, más bien parece un intento de Ligotti por aclarar por qué escribe lo que escribe, que un relato. Desde el sueño inicial, pasando por la búsqueda del protagonista de un mundo más allá del real, paralelo, simultáneo y monstruoso, hasta las consecuencias de la búsqueda, todo tiene el aspecto de una explicación de la escritura de Ligotti.
Interesante el hombre-cuervo y su interesado apoyo, con un final un tanto sorprendente, muy bien llevado.

Los anteojos del cajón: Cuenta la historia de una obsesión enfermiza y un regalo envenenado, que transporta y atrapa más allá de la razón. Un regalo hecho con no muy sanas intenciones que luego pasa factura. Como de costumbre, sensacionales las descripciones de las visiones.

Hay todavía más relatos, me habré quedado más o menos por la mitad del libro, pero de momento no voy a seguir leyendo. He decidido dejarlo por un tiempo, porque se me está haciendo algo monótono y temo que así no pueda seguir disfrutando de los cuentos como hasta ahora. Esta es quizás la mayor pega que se le puede poner al libro. Y es que los cuentos, salvo uno o dos, tienen una temática tan parecida, que se hace monótono leerlos todos seguidos.
Además, los personajes, por regla general, son bastante planos, no están definidos, y las descripciones de las ciudades son muy parecidas en todos los cuentos. Es como si no importara la personalidad o las motivaciones de los personajes, ni donde tiene lugar la acción. Ligotti se centra más en contar qué le ocurre a sus personajes, en describir sus terrores y pesadillas.
Y lo hace muy bien. Porque he disfrutado con el terror onírico, las insinuaciones del universo tenebroso y monstruoso de Ligotti, la magnífica ambientación y la buena prosa, elegante, y con una fuerza capaz de conseguir imágenes de poderosas visiones.
Por último, quería hacer una referencia al prólogo, de Poppy Z. Brite, un interesante estudio sobre el terror, y como no al buen trabajo que han hecho los traductores. No debe ser fácil traducir un libro como este.

domingo, 17 de junio de 2007

Homenaje a una letra II

El gatito correteó juguetón entre sus piernas y salió disparado antes de que la montaña de risas se le desplomara encima. Luego tuvo que esconderse debajo de la cómoda del dormitorio para escapar de las caricias demasiado impetuosas de la niña. El colgante, una letra ese sujeta a una cadena, apareció en el rincón, entre maullidos de protesta y bufidos amenazadores. La niña se lo puso sin importarle que estuviera lleno de polvo, apagado y sin brillo. Tampoco a su madre le importó el aspecto del colgante. Le trajo recuerdos de una época de dudas, de una tienda anticuada y un viejo con un oficio extraño. Recuerdos y sueños. Le había costado mantenerlos separados, crear un lugar para los recuerdos y otro diferente para los sueños. Si se mezclan el pasado se convierte en una burla imaginaria y la irrealidad se apodera del presente, retorciéndolo y transformándolo en una ilusión embriagadora y temible, pues cuando desaparece deja al descubierto una rutina aterradora y vulgar atestada de mediocridad y exenta de la magia del sueño. Dos lugares diferentes para cosas que deben permanecer separadas. Conservar un sueño está bien si ayuda a mejorar, a progresar para convertirlo en realidad. Si no es así, es mejor guardarlo, dejarlo abandonado en el lugar de las cosas olvidadas, ese desván al que no debe entrarse nunca si uno no va predispuesto a encontrarse con la desazón y la desilusión que provoca el cúmulo de aspiraciones y objetivos desechados, capaces de destruir las esperanzas actuales. Por eso guardar un sueño durante tanto tiempo por el mero hecho de observarlo, de recrearse con él, es perjudicial. Aquel viejo no le advirtió sobre esto. Afortunadamente para ella se dio cuenta a tiempo.
Y se quitó el colgante.
Ahora el destino jugaba con ella y le devolvía el colgante y su carga de recuerdos a través del motivo de su sueño y de la causa de que se lo quitara. Lo limpió y volvió a ponérselo con cierta ceremonia, esperando quizás que ocurriera algo excepcional. Pero no sucedió nada. Tal y como el viejo le había dicho, el sueño había escapado del colgante. Se lo cedió gustosa a la niña, a fin de cuentas ya no le hacía falta. Prefería la realidad del sueño cumplido a la expectación sin esperanzas del sueño apolillado. Más tarde, aquella misma noche, tuvo que contar al padre de la niña la historia del colgante, porque durante el tiempo que lo llevó no le quiso explicar nunca por qué lo llevaba ni de dónde lo había sacado. Contestar sus preguntas fue la manera de abrir los cajones polvorientos de la memoria y acallar los gritos de la conciencia y disfrutar, por fin, de aquella época.
Pero el destino no había jugado lo suficiente y una mañana fresca de verano, cuando apenas ha salido el sol y en el paseo marítimo sólo hay algún deportista madrugador y unos pocos perros guiando a sus dueños soñolientos por la arena de la playa, la madre y la niña se encontraron a un anciano sentado en el muro bajo que separa la ciudad de la playa, y reconoció sin quererlo al dependiente de la tienda de colgantes. Se le notaba el paso de los años y tenía el mismo aspecto pasado de moda de entonces, pero había ahora algo contradictorio en él. Tuvo que fijarse con cuidado para darse cuenta de que el hombre aparentaba un cansancio desmentido por la alegría que le iluminaba los ojos.
El viejo también la recordó, a ella y a su sueño, y sonrió cuando se dio cuenta de que ya no llevaba el colgante y que su sueño cumplido caminaba junto a ella. Su cabeza era un mar de recuerdos en el que se mezclaban los propios con los de todos aquellos que habían pasado por su tienda, cuando aún era suya, a pedirle un colgante. Ya no quería fijarse en ninguno en particular porque no estaba seguro, no podía estarlo, si era suyo o de algún otro. Se le hacía aún más insoportable por la ausencia de vida propia, incapaz de generar sus propias experiencias, cada vez más ilusionado por el mundo que se abría más allá de su jaula sin candado. Eran las reglas del libro que le enseñó su oficio. Las vidas y los recuerdos y los sueños de los demás a cambio de la suya siempre encerrado en la tienda.
Ahora ya poco importaba todo eso. Sabía que el fin estaba próximo, y no quería encontrarlo entre las paredes cubiertas de vitrinas, asediado por las sombras de los rincones. Encontró a alguien a quien traspasar el negocio, alguien que quisiera aceptar el libro y sus reglas, alguien que se recluyera voluntariamente en la tienda a cambio de un conocimiento antiguo y extraño, y después salió al exterior y se llenó del ambiente de la noche, que se llevó los últimos restos del miedo a romper la regla que le liberaba y le condenaba.
Los dos habían sabido evitar, un poco tarde quizás, el peligro de los sueños y los deseos, pues son perfectos y mientras permanecen en su condición de sueños esconden intencionadamente las imperfecciones que aparecen al realizarlos. Durante un tiempo, el temor a la decepción les había impedido hacerlos realidad. Hasta que aceptaron que la lucha por alcanzarlos les mantendría más vivos y les haría disfrutar más que el conformismo que les paralizaba, que el resultado es decepcionante sólo en apariencia y trae una felicidad de la que no se disfruta con una vida imaginada.
La madre y la niña siguieron su camino sin detenerse. El anciano se quedó con la compañía momentánea del gatito de la niña, que se sentó a su lado como si fuera el dueño del muro, y de la incertidumbre. No sabía como iba a llegar, pero sabía que podría descansar con la puesta del sol. Lo dice el libro.


Fotografía: St4rF1sH.


El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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