domingo, 23 de septiembre de 2007

Un mundo feliz

Aldous Huxley, el autor de la novela, nos presenta un futuro utópico, en el que sólo hay un gran estado mundial que ha creado y controla una sociedad feliz y despreocupada, después de una guerra que afectó a todo el planeta. Ya no existe la guerra ni la pobreza, y todos tienen cubiertas sus expectativas y deseos.
Pero para alcanzar este estado de felicidad, se ha tenido que manipular la historia y sacrificar la libertad, la familia, la religión, el arte, la literatura, y en general, la cultura en su más amplia acepción: todo aquello que pueda suponer una dificultad o un problema para alguien ha sido convenientemente eliminado.
Los individuos son incubados y predestinados, aún antes de nacer, a pertenecer a diferentes castas que se distinguen por su nivel de inteligencia y desarrollan diferentes tareas. No por esto dejan de ser felices, ya que desde que nacen los niños son condicionados mediante la hipnopedia para aceptar su situación actual y futura, de manera que se sientan felices desarrollando las tareas que les corresponden. Igualmente, son condicionados para ser buenos consumidores con el fin de favorecer el crecimiento económico, y a ser promiscuos para que nadie se sienta decepcionado ante el rechazo de otra persona.
El gobierno ha institucionalizado el uso de drogas, pues aquellos que tengan algún pensamiento que no sea feliz deben tomar soma, una droga proporciona el mismo gobierno, que anula estos pensamientos e induce un estado de felicidad irreal.

La contrapartida de esta sociedad es la reserva de Malpaís, un lugar donde aún se vive "a la antigua", donde las mujeres siguen teniendo hijos, la familia sigue existiendo, se sigue educando a los hijos, la religión domina casi todos los ámbitos de la vida y aún queda algún vestigio de cultura.

Es, en definitiva, una dictadura camuflada, que sobrevive sin que nadie se aperciba de que está ahí, como una cárcel sin muros de la que los reclusos no piensan en escapar porque nadie sabe que está preso. O casi nadie. Pues el personaje que sirve de hilo conductor de la novela, Bernard Marx, es precisamente un individuo que no se encuentra a gusto en esta sociedad que no le deja elegir, a quien no le gusta tomar soma, pues anula su voluntad, que no disfruta de la promiscuidad ni de los juegos: no es feliz.
A través de Bernard Marx el autor nos muestra esta sociedad y sus contrastes con la forma de vida de Malpaís, lugar en el que si se siente feliz y donde conocerá a otro de los personajes fundamentales de la novela, John, un hijo natural de Linda, una mujer que, como Bernard, viajó a Malpaís y quedó atrapada allí. John conoce por lo tanto las dos sociedades, y Bernard cree que llevándolo de vuelta a la civilización conseguirá hacerse comprender mejor.

Me recordó mucho a 1984, como no podía ser de otra manera, pues en ambas novelas el personaje principal no está contento con la sociedad, es un incomprendido, el pasado, molesto, se suprime, y se anula la voluntad del individuo. La diferencia, además del final, está en las diferentes sociedades que presentan, pues en 1984 es una sociedad pobre, condicionada por la guerra, mientras que en esta novela es una sociedad feliz, rica y consumista, alegre y sin preocupaciones de ningún tipo.
Aunque el mensaje sigue siendo el mismo.

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