sábado, 6 de octubre de 2007

Trafalgar

Este en un libro muy recomendado en general, y desde mi punto de vista, con motivo. Es el primero de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, de los que también he oído buenas críticas. Apuntados quedan después de confirmar con esta novela que merece la pena leerlos.

Trafalgar es una novela corta, no llega a las doscientas páginas, que se lee muy rápido y bien. El estilo del autor es desde luego envidiable, ameno y de lenguaje rico pero no ampuloso.
La ambientación es muy buena, sumerge al lector en la época y en el combate naval, al que se llega después de explicar la situación política, social y económica, casi siempre a través de conversaciones amenas y hasta divertidas entre los personajes, transmitiendo de esta forma la historia sin que el lector sufra en el proceso, más bien al contrario entretiene y divierte.
La trama empieza a desarrollarse unos años antes de la batalla y termina poco tiempo después, explicando las causas que llevaron al desastre y las consecuencias que acarreó para el país. El combate naval es intenso, contado con soltura y profusión de detalles, se hace interesante incluso si se conoce el desenlace. También se extiende en contar los días inmediatamente posteriores, los naufragios de los navíos severamente dañados, los intentos por recuperar algunos de ellos y la llegada a la costa española de los marinos supervivientes.

Sólo una cosa puedo decir en contra de la novela, y es su corta extensión. Es un buen libro que se acaba demasiado pronto.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Olvidado rey Gudú

Ana María Matute escribió una novela fantástica un tanto especial. Efectivamente, aparecen hadas, magos, ondinas, trasgos, y otros seres fantásticos como los Hermanos de los bosques; nos cuenta el nacimiento y expansión del Reino de Olar, un reino imaginario cuya historia está plagada de luchas de poder, odio entre hermanos, rivalidades, codicia, asesinatos, traiciones, y unas pocas amistades. Pero el tono general del libro es melancólico, y hay algo más escondido entre sus páginas, algo sobre la infancia perdida, sobre el amor y las consecuencias que trae para el que ama profundamente, sobre la atracción hacia lo desconocido, fatal cuando se convierte en obsesión, sobre la predestinación hacia el olvido.
Y nos habla de todos estos temas a través de personajes vivos que transmiten sus sensaciones y emociones, acompañada de la magia de la fantasía, realmente evocadora y atrayente, con esa sensación constante de estar ante algo maravilloso que no podemos ni podremos comprender nunca.

El principio se me hizo algo pesado y largo, pues se dedica a contar la historia del futuro Reino de Olar de una manera muy poco atractiva, al estilo más de un libro de historia árido y poco entretenido, como si la novela tardara unas cuantas decenas de páginas en empezar. Pero luego, cuando la trama se centra y los personajes se despegan de las páginas, cautiva y fascina hasta el final de sus casi mil páginas, que no se hacen demasiadas. Más bien al contrario.

La novela deja un resto de melancolía, pues hace reflexionar sobre aspectos de la vida que están envueltos en ella y nos la dejan pegada al cerrar el libro.
Siempre recomendable.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Un mundo feliz

Aldous Huxley, el autor de la novela, nos presenta un futuro utópico, en el que sólo hay un gran estado mundial que ha creado y controla una sociedad feliz y despreocupada, después de una guerra que afectó a todo el planeta. Ya no existe la guerra ni la pobreza, y todos tienen cubiertas sus expectativas y deseos.
Pero para alcanzar este estado de felicidad, se ha tenido que manipular la historia y sacrificar la libertad, la familia, la religión, el arte, la literatura, y en general, la cultura en su más amplia acepción: todo aquello que pueda suponer una dificultad o un problema para alguien ha sido convenientemente eliminado.
Los individuos son incubados y predestinados, aún antes de nacer, a pertenecer a diferentes castas que se distinguen por su nivel de inteligencia y desarrollan diferentes tareas. No por esto dejan de ser felices, ya que desde que nacen los niños son condicionados mediante la hipnopedia para aceptar su situación actual y futura, de manera que se sientan felices desarrollando las tareas que les corresponden. Igualmente, son condicionados para ser buenos consumidores con el fin de favorecer el crecimiento económico, y a ser promiscuos para que nadie se sienta decepcionado ante el rechazo de otra persona.
El gobierno ha institucionalizado el uso de drogas, pues aquellos que tengan algún pensamiento que no sea feliz deben tomar soma, una droga proporciona el mismo gobierno, que anula estos pensamientos e induce un estado de felicidad irreal.

La contrapartida de esta sociedad es la reserva de Malpaís, un lugar donde aún se vive "a la antigua", donde las mujeres siguen teniendo hijos, la familia sigue existiendo, se sigue educando a los hijos, la religión domina casi todos los ámbitos de la vida y aún queda algún vestigio de cultura.

Es, en definitiva, una dictadura camuflada, que sobrevive sin que nadie se aperciba de que está ahí, como una cárcel sin muros de la que los reclusos no piensan en escapar porque nadie sabe que está preso. O casi nadie. Pues el personaje que sirve de hilo conductor de la novela, Bernard Marx, es precisamente un individuo que no se encuentra a gusto en esta sociedad que no le deja elegir, a quien no le gusta tomar soma, pues anula su voluntad, que no disfruta de la promiscuidad ni de los juegos: no es feliz.
A través de Bernard Marx el autor nos muestra esta sociedad y sus contrastes con la forma de vida de Malpaís, lugar en el que si se siente feliz y donde conocerá a otro de los personajes fundamentales de la novela, John, un hijo natural de Linda, una mujer que, como Bernard, viajó a Malpaís y quedó atrapada allí. John conoce por lo tanto las dos sociedades, y Bernard cree que llevándolo de vuelta a la civilización conseguirá hacerse comprender mejor.

Me recordó mucho a 1984, como no podía ser de otra manera, pues en ambas novelas el personaje principal no está contento con la sociedad, es un incomprendido, el pasado, molesto, se suprime, y se anula la voluntad del individuo. La diferencia, además del final, está en las diferentes sociedades que presentan, pues en 1984 es una sociedad pobre, condicionada por la guerra, mientras que en esta novela es una sociedad feliz, rica y consumista, alegre y sin preocupaciones de ningún tipo.
Aunque el mensaje sigue siendo el mismo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

La carta esférica


Después de la "adaptación" de Alatriste, era más bien reacio a dejarme engañar de nuevo por otra adaptación de otra de las novelas de Pérez-Reverte, por más que el libro lo merezca, pero finalmente decidí que, si director, guionista y actores eran distintos, el resultado seguramente sería mejor.
Y ciertamente lo es, pero no para tirar cohetes. La película no decepciona, aunque el ritmo no es constante. Ya desde el principio empecé a desengañarme, pues las primeras escenas del barco tomadas desde el aire, demasiado simples, demasiado largas, con un tímido efecto de sobreimpresión de los nombres de los actores mal aprovechado, dejan entrever que no podía esperar el uso adecuado de los recursos técnicos a lo largo de la película, pero no son de recibo tantos errores de realización, ni un final tan atropellado que realmente cuesta saber ni siquiera donde están.

El guión es demasiado simple, Imanol Uribe simplifica demasiado el libro hasta el punto de que la investigación, que es el hilo conductor de la historia, llena de misterio y con la amenaza constante de los rivales (en el libro, se entiende), aparece casi como un juego y adolece de un nulo esfuerzo de producción que la convierten en algo secundario y monótono, que no engancha en ningún momento, exceptuando tal vez la escena en el despacho del profesor de universidad. Hasta el descubrimiento de los restos del barco, uno de los momentos culminantes, es previsible, poco emocionante y decepcionante, rodado en unas aguas a las que no se puede aplicar el calificativo de límpidas y con unos fondos marinos aburridos (mención aparte merece el numerito de la cueva, que si ya es un despropósito bucear sólo, más lo es meterse allí dentro).

Los personajes en general resultan poco creíbles, con unas actuaciones de las que sólo se salvan Carmelo Gómez (Coy), y tal vez Javier García Gallego (Piloto), y que llega a ser nefasta para la película en el caso de Aitana Sánchez-Gijón (Tánger Soto), personaje fundamental por ser el nexo de unión de todos los demás, resulta sencillamente increíble cada vez que aparece en escena en su papel de mujer hermosa, manipuladora y mentirosa, características que no llega a transmitir, hundiendo la historia de amor entre los dos personajes principales. Para terminar de rematar, los personajes de Enrico Lo Verso (Palermo) y Gonzalo Cunill (Kiskoros) quedan desdibujados, son malos de “cartón-piedra” que aportan poco a la historia, con el resultado de restar verosimilitud al giro final de la película, que no queda nunca justificado.

Una película que si bien por momentos promete, y en algún momento llega a ilusionar, acaba por convertirse en aburrida y monótona debido a la falta de ritmo, las malas interpretaciones y un guión mal planteado que no engancha.

martes, 31 de julio de 2007

Ocean's Thirteen


Tercera entrega de la saga de ladrones de casinos, Ocean's thirteen es justamente lo que esperaba de ella: un calco de las dos anteriores, un producto de entretenimiento sin más pretensiones, que termina siendo la peor de la serie.

Danny Ocean (George Clooney) y su banda sólo tendrían una razón para realizar su golpe más ambicioso y arriesgado: defender a uno de los suyos. Willy Bank (Al Pacino), el despiadado propietario de un casino, nunca hubiera imaginado que todo se iba a poner en su contra cuando traicionó a Reuben Tishkoff (Elliott Gould), amigo y mentor de Danny Ocean. Pero Bank se equivocó… para su desgracia. Quizás pudo derrotar a uno de los miembros originales de la banda, pero dejó a los demás en pie y les dio un propósito compartido: derrotar a Bank en la noche de la gran inauguración de su nuevo casino.

Y ya está. No hay más. Repite la fórmula humorística de las dos anteriores y consigue ser ligeramente divertida por momentos. Pero hay demasiados actores, y algunos secundarios, que no aportan prácticamente nada a la historia, tienen una presencia tan forzada y aparecen tan poco que da la impresión de que están ahí porque aparecieron en las anteriores y nos los ponen de nuevo para que no les echemos de menos. Las nuevas aportaciones de Al Pacino y Ellen Barkin se diluyen en el exceso de actores y las prisas del guión, y hasta una interpretación como la de Al Pacino, que al principio se asemeja esperanzadoramente a la que hizo en Pactar con el diablo, finalmente decepciona, cosa extraña en él.
Además, en esta ocasión todo ocurre demasiado deprisa, casi sin explicaciones, buscando más la sorpresa del espectador que un guión sólido y coherente, en el que recursos como el del terremoto son poco creíbles, por ser suave. Da la impresión de que se les ha ido la mano en un intento por conseguir efectos más espectaculares.
Y para terminar de arreglarlo el final es evidente. La película pasa sin emoción, sin suspense, elementos necesarios en este tipo de películas, y que al menos estaban presentes en las entregas anteriores.

En definitiva, una película que hace pasar un buen rato pero que no alcanza a Ocean's Eleven, para mí la mejor de la serie con diferencia.

jueves, 19 de julio de 2007

La espada de fuego

Como se puede leer en la reseña de la contraportada:

Zemal, la Espada de Fuego, es el máximo símbolo de poder y la mayor aspiración de todo guerrero. Sólo los Tahedoranes, los grandes maestros de la espada, pueden competir por ella en una carrera sin cuartel por descubrir su escondite. Tras la muerte de Harión, el último Zemalnit, siete aspirantes se disputan la espada; pero hay en juego algo más que la ambición de poder, pues extrañas fuerzas están dispuestas a romper la concordia entre los hombres y los dioses, exiliados desde hace largo tiempo de Tramórea. Aquéllas se han unido para despertar a Tubilok, el dios rebelde que duerme fundido en una roca en los abismos del Prates y cuyos sueños se convierten en las pesadillas de los hombres.

Derguín y Kratos May, los guerreros, y Linar y Mikhon Tiq, los magos, deberán enfrentarse al caos y la destrucción a fin de superar las múltiples traiciones y trampas de Togul Barok, príncipe de Áinar, así como para ganar la Espada de Fuego y salvaguardar el frágil equilibrio de Tramórea.

La espada de fuego es una novela de fantasía épica, o fantasía heroica, con muchos de los elementos que caracterizan este género.

Estuve a punto de abandonar la lectura al principio. Me costó mucho meterme en la historia a causa del exceso de nombres extraños y, sobre todo, complejos y difíciles de leer, y por lo tanto de recordar. Además, me encontré con otros dos aspectos que no me gustaron: las descripciones de los movimientos durante los combates o en los bailes se hacen confusas, aspecto que mejora sensiblemente más adelante; y en segundo lugar pero más importante, se nota demasiado la amalgama de tradiciones y religiones, de todo lo que Javier Negrete a oído o leído, y que mezcla sin demasiado tino en ocasiones, restándole interés al libro.
Afortunadamente, no me gusta dejar un libro una vez que lo he empezado, y me empeñé en seguir con la esperanza de que mejorara. Y acerté. La narración avanza y, una vez medio acostumbrado a los nombres, aparece una novela interesante, que engancha, que va desgranando una historia llena de acción, de magos y guerreros, de dioses enfrentados que intervienen en los asuntos humanos para salirse con la suya, de luchas de poder entre los bandos enfrentados por la espada de fuego, que resulta ser una lucha de poderes que está más allá de la comprensión y del alcance humanos. Incluso lo que antes parecía una amalgama de costumbres, se traduce en una buena mezcla de las diversas fuentes a las que recurre Javier Negrete, consiguiendo entonces una excelente ambientación. Además, la magia en La espada de fuego está muy bien llevada, con elementos originales y mucha coherencia, no se trata de un parche o un añadido más sin fundamento.
La novela está ambientada en una época seudo-medieval, como no podía ser de otra manera, donde tanto las diferentes culturas de Tramórea como sus paisajes están bien descritos. Pero en esta ocasión vamos descubriendo poco a poco que los avances en la ciencia y la tecnología no están por venir, si no que ya se han producido y se han olvidado, pues se trata de un mundo post-apocalíptico en decadencia desde la época de la conquista espacial, del que apenas quedan algunas reminiscencias y ruinas. De hecho, los habitantes de Tramórea todavía no han terminado de explorar su mundo.

Una novela en la que es difícil introducirse, compleja y coherente, pero que merece la pena leer. Aún más si tenemos en cuenta que el autor, Javier Negrete, es español, lo que convierte a esta saga en una de las más interesantes de la fantasía española. Desde luego, habrá que leer la segunda parte, El espíritu del mago.

miércoles, 11 de julio de 2007

De parte de la princesa muerta

Novela histórica de la época de entreguerras en la que Kenizé Mourad cuenta la vida de su madre, Selma, hija de una princesa otomana que es expulsada de Turquía junto con el resto de la nobleza turca después de la primera guerra mundial.
Escrito con una voz distante, un narrador omnisciente que se hace demasiado lejano al principio y hace difícil entrar en la historia, pero que, paradójicamente, atrapa conforme avanza la lectura, describe con pequeñas pinceladas, sin pararse en largas descripciones, y siempre a través de los sentimientos y pensamientos de Selma, los ambientes de la corte otomana, del Líbano bajo ocupación francesa, de la India de los rajás, y del París confiado ante la amenaza de los nazis.
Cuenta desde el punto de vista de una mujer musulmana los cambios políticos del período de entreguerras. La vida opulenta y despreocupada de la infancia en el harén, el fin del imperio turco; la adolescencia en el Líbano; las convulsiones internas en la India y el movimiento independentista del dominio inglés, ya casada con un rajá; la vida alegre y despreocupada del París de preguerra, de una nación confiada en sí misma, ignorante de lo que se le viene encima. Como novela histórica, cumple muy bien su cometido. La autora es capaz de recrear cada uno de los momentos históricos en sociedades muy diferentes, de manera que se comprenden fácilmente las luchas de poder en la Turquía vencida, las diferencias entre los musulmanes chiítas y sunitas, entre musulmanes turcos y musulmanes indios, entre hindúes y musulmanes y entre los colonos ingleses y los nativos en la India, y la vida distendida y confiada en París.
Y siempre contando la historia de la vida de Selma, una historia triste de desarraigo y búsqueda interior, que no deja de tener momentos de alegría, y que en ningún momento se hace pesada. Un libro emotivo y evocador, en el que se pueden encontrar algunas reflexiones interesantes sobre la vida, que llega a hacerse corto a pesar de su extensión, y que deja buenas sensaciones con un regusto amargo. Aquel que llegue hasta el final podrá comprender por qué.

lunes, 9 de julio de 2007

Shrek 3


Tenía pendiente esta película, era imperdonable después de ver las dos primeras. Además, es una de las terceras partes que tengo pendientes (Shrek 3, Piratas del caribe: en el fin del mundo, y Ocean’s Thirteen).
Me tiene un poco preocupado que todas las películas que quiero ver sean terceras partes. Porque ésta me ha decepcionado.
La película no es mala, tiene sus momentos, sus risas, hay bastantes personajes nuevos, todos personajes de cuentos, claro, y a nivel técnico es impecable. Sorprendentes la animación, la luz, las texturas. Pero no es como las dos primeras partes. No solo no me he reído tanto, es que además se me ha hecho un poco larga. Después de la primera media hora sabía lo que iba a pasar en el resto de la película, y esto no es algo que ayude mucho. Además, los personajes nuevos no aportan nada a la historia, que vuelve a ser la misma receta de las dos primeras: un cuento de hadas donde los buenos son los malos y viceversa, contado con un humor irreverente que esta vez se les ha quedado un poco soso.
Quizás mi error fue ir a verla esperando que superara a sus predecesoras, pero se habían puesto el listón muy alto y me da la impresión de que la serie ya está agotada. A partir de aquí, si no se esfuerzan por introducir algún elemento que renueve la serie, solo podemos esperar clónicos hechos para sacar dinero.

Una película para ver sin esperar gran cosa. Quizás entonces se disfrute más y quede como lo que es: una historia amena, pero ya conocida, para pasar el rato.

jueves, 5 de julio de 2007

Tradición

La mirada que le devolvió el espejo no era la suya. Una mujer joven de porte elegante y mirada alegre, con una pizca de compasión. Tal vez porque, a pesar de que no podía verla ni oírla, sabía que estaba al otro lado del cristal pulido y frío. Los ojos extraños se desviaron y la dejaron otra vez aislada. Las brumas volvieron, perezosas, y cubrieron el espejo de cuerpo entero encajado en la pared, difuminando despacio la imagen del mundo exterior como la niebla oculta el paisaje al otro lado de una ventana. Allí dentro no hay sonidos ni olores ni se mueve el aire. Una inmensidad vacía de suelo acolchado y paredes rígidas de colores cambiantes siempre oscuros, iluminadas apenas por la luz tenue, fantasmal, que deja entrar la bruma a través del cristal del espejo, único vínculo con el exterior. Un semicírculo de luz que hace más agobiante la vastedad que se oculta en las sombras, las paredes que se pierden en la oscuridad, el suelo que se aleja y al que no ha encontrado fin por más que se ha alejado tanteando la nada.
Una hora después, o una semana después, o un día después, ya no sabe medir el tiempo, la niebla se retira, apresurada, y los ojos aparecen de nuevo. Esta vez se quedan lo suficiente como para que las brumas se aparten por completo. Entonces le parece que ocupa el sitio del espejo en lugar de mirar a través de él, como si se bajaran en parte las barreras que la retienen, y casi se siente libre otra vez: puede observar a su alrededor, oye las conversaciones, los ruidos amortiguados de la calle, huele el perfume que se está poniendo la dueña del espejo mientras analiza su aspecto reflejado con gesto crítico; pero es una ilusión cruel, pues los demás no pueden verla ni oírla.
Una criada entra en la habitación cargada con una montaña de cajas de sombreros, acompañada del parloteo que la rodea constantemente y que las envuelve a las tres mientras la joven se los va probando uno a uno, sin prisa. Las dos se ponen de acuerdo por fin y deciden que han encontrado el más apropiado, el que mejor queda con el vestido, el que no desentonará en un almuerzo al aire libre. La criada da un paso hacia atrás para observar mejor el efecto y tropieza sin querer con el soporte del espejo. El ruido del cristal rompiéndose no se oye, lo cubre el grito de la joven. En la habitación los trozos de cristal han quedado esparcidos por el suelo, mientras que dentro del espejo el cristal se ha roto pero los fragmentos se han quedado en el marco formando un puzzle imposible. Los empuja con la mano y todo el puzzle se derrumba. El marco del espejo queda vacío, formando una puerta. Un humo gris, denso y pesado, emana del borde de los cristales rotos cuando la atraviesa, y se expande por la habitación y alcanza hasta el último rincón atrapando a las dos mujeres. Luego se concentra sobre el espejo roto y desparece.
Como quien ha estado soñando despierto y vuelve a la realidad de golpe, se encuentra de nuevo delante del espejo intacto. Atrás han quedado las dos mujeres, en otro lugar y en otro tiempo. Desorientadas por el humo, que era ella misma, y asustadas porque el espejo ya no está roto. Ahora, muchos años antes, se ve a sí misma en el reflejo, junto a su madre, que hace tanto tiempo y a la vez hace un momento, la empujó contra el espejo encerrándola dentro para cumplir con la tradición.
Ha cumplido dieciséis años y debía pasar la prueba, conocer el secreto de las mujeres de la familia, su forma de conocer el futuro. Incluso ahora podría haber alguna de sus ascendientes dentro del espejo.

Fotografía: Jungle-Jew.


El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 27 de junio de 2007

Fahrenheit 451

Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel. A eso es a lo que se dedican los bomberos en esta novela de Ray Bradbury, a quemar los libros que todavía quedan.
A través de las reflexiones de Guy Montag, bombero y protagonista de la historia, el autor nos va describiendo una sociedad alternativa, que desprecia y teme los libros, y en la que Montag se siente perfectamente integrado y plénamente feliz. Hasta que un día conoce a Clarisse McClellan, una chica a quien le gusta observar el mundo y las cosas que hay en él, que analiza las situaciones y las conductas de los demás, que vive con una familia muy rara porque, para colmo, la motivan en este sentido. Y que va a cambiar la vida de Montag, pues le hará reflexionar y hacerse preguntas. Es esta primera parte del libro la que mejor escrita me pareció, y no es que el resto esté mal. En absoluto. La única pega que se le puede poner en este sentido es la traducción. En la edición que tengo está regular y llega a despistar con algunas palabras de traducción un tanto libre.

Un libro en la línea de 1984, de George Orwell, en al que Ray Bradbury nos plantea una distopía, un futuro alternativo que desgraciadamente no ha ido muy desencaminado. Escrito en los peores años de la Guerra Fría, en parte como respuesta a la censura de la caza de brujas del senador Joseph McCarthy, en parte como crítica a la quema de libros en la Alemania Nazi en 1933, leído ahora queda como un pasado alternativo que se parece demasiado en los peores aspectos al presente en que vivimos.

Ray Bradbury nos presenta una sociedad caracterizada por el control excesivo del gobierno, en la que una enseñanza desvirtuada y el absoluto desapego de padres e hijos crean una juventud malvada e irresponsable, y produce individuos cuya máxima aspiración es conseguir una sensación de falsa felicidad ignorando la realidad, refugiándose en sí mismos y en la televisión, que es a la vez un importante medio de control y una válvula de escape en la que encontrar distracciones suficientes para pasar el tiempo sin preocupaciones, puesto que pensar o reflexionar es lo que hace infeliz al individuo.
Es muy interesante ver como Ray Bradbury supo adelantar las consecuencias de la ausencia absoluta de cultura y motivación (no hace falta quemar libros si nadie los lee, dice el bombero Beatty, espeluznante reflexión por sus implicaciones), que crea una sociedad violenta, egoísta, y extremadamente fácil de manipular por un gobierno que controla y manipula a las masas, les hace pensar lo que quiere, y les distrae con cosas banales para que no piensen en los problemas que realmente tienen. La conversación sobre las elecciones es un buen ejemplo.
Quizás debamos preguntarnos hasta qué punto se han cumplido o están cumpliendo estas predicciones en nuestra sociedad, hasta qué punto hemos avanzado y seguimos avanzando en la dirección apuntada por Ray Bradbury. Quizás la respuesta te asuste.
A mí me da miedo.

Al hilo de este libro, leí hace unos días un post en blogmundi sobre propaganda y manipulación en los medios (también puedes leerlo en Ciberprensa, el blog original), que es interesante leer como información complementaria y como reflexión. Y desde luego, no puedes dejar de leer los principios de la propaganda de Joseph Goebbels, ministro de propaganda en la Alemania nazi. Quizás observes que son principios ampliamente aplicados en nuestra sociedad actual, tanto por los partidos políticos como por los medios de comunicación.

En definitiva, tanto Fahrenheit 451 como 1984 son dos libros que hacen reflexionar sobre la manipulación de la sociedad y la anulación de la voluntad del individuo; y recomiendo siempre su lectura por lo actual y vigente que resultan a pesar del tiempo que ha pasado desde que se escribieron.

sábado, 23 de junio de 2007

Transformaciones

La habitación del deseo está dentro de él y fuera de él. Puede sentir su presencia atronadora y silenciosa, agotadora siempre, tan irresistible y tan inalcanzable, tan atrayente, tan terriblemente atrayente, tan terriblemente dolorosa, como un druida podría sentir la antigua presencia de un bosque talado en una llanura sin árboles. Se sentiría igual de reconfortado por la sombra de la energía que una vez desprendieron los árboles, igual de frustrado porque ya no queda mas que el recuerdo del bosque en las piedras en las que una vez se hundieron las raíces.
Es como un sueño recurrente, propio de su naturaleza, que noche tras noche le mantuviera en vilo temeroso de caer dormido, pero que justo antes de entrar en el sueño, agotado, rendido por la vigilia forzada, se traiciona a sí mismo deseando, con un deseo poderoso que está más allá del deseo humano, entrar dentro de la habitación sin fin limitada tan sólo por su propia imaginación.
Allí, un árbol ha crecido dentro de él y las extremidades se le han vuelto rígidas y retorcidas como las ramas secas de un árbol muerto, y otras ramas nacen de las cavidades vacías de sus oídos y de sus ojos, proyectándose hacia el exterior. Un parpadeo, ilusorio en sus ojos ocupados por las ramas, y se transforma en una flor que está creciendo con una velocidad imposible en el árbol que antes era él, en el extremo de una rama delgada y flexible que cimbrea con la brisa arriba y abajo, arriba y abajo. Y ese movimiento de vaivén le catapulta convertido en una semilla arrastrada por el viento suave.
Otro parpadeo y se ve convertido en una mariposa que revolotea alegre por entre las flores de colores de un prado de infinito verde desbordado de sol. No tiene más ambición que seguir una trayectoria errática que desconoce, vagando alborozada y satisfecha, a veces justo por encima de la hierba, a veces buceando entre los tallos y las flores, rodeada siempre de la fragancia que las plantas ofrecen a la luz del sol de primavera.
Otro parpadeo y es una ardilla llena de energía que sube corriendo, nerviosa, por el tronco de un árbol que ya no es él, ni lo ha sido nunca, y entre quiebros y requiebros asciende por ramas gruesas que se van haciendo cada vez más delgadas, y se para de golpe, excitada e inquieta, en el extremo vertical de la rama más alta. Husmea el aire, jadeando, mientras el paisaje lleno de vida se introduce dentro de sus pulmones y vuelve a salir, una vez, y otra vez, y otra vez, tantas veces que ya no sabe se está dentro o fuera de él, y tiene la impresión de abarcarlo todo y no ser nada.
Cuando vuelve a ser él mismo se siente agotado, feliz por la estancia y porque ya no está allí dentro, temeroso de que alguien se de cuenta y se empeñen en llamarlo loco y en evitar que vuelva a entrar; frustrado porque quiere entrar de nuevo y soñar otro sueño distinto de todos los anteriores y de todos los que le seguirán.


Fotografía: Nhung.


El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 20 de junio de 2007

La fábrica de pesadillas

Es un libro que me ha sorprendido gratamente. Esperaba, aunque realmente no tenía motivos, un libro pesado, denso, y tal vez hasta difícil de leer. Pero es todo lo contrario. Una prosa elegante y cuidada en extremo, descripciones envidiables, una escritura que atrapa, envuelve y seduce; y un título muy apropiado para una recopilación de cuentos oníricos, con toda la atmósfera de los sueños que se transforman en pesadillas.

Iré analizando cuento por cuento:


El retozo: Un psicólogo que trabaja en una cárcel habla de un preso excepcionalmente raro. Es también el preludio de lo que espera a todo aquel que se atreva a seguir: perfecta y envolvente descripción de ambientes, terror psicológico, fantasía terrorífica.

El último festejo de Arlequín: Homenaje a Lovecraft desde la primera a la última frase. La misma estructura que los cuentos de Lovecraft, la misma incertidumbre mantenida hasta casi el final (sí, también hay una suerte de dios cósmico). A mí se me hizo un poco largo el deambular del protagonista en su búsqueda de información sobre un festival de payasos, quizás porque el autor nos da poca información durante las primeras páginas. Después, la búsqueda atrapa al protagonista vestido de payaso, que encontrará un destino un tanto peculiar. Es uno de los que menos me ha gustado.

La sombra en el fondo del mundo: Un espantapájaros terrible y tenebroso sirve para insinuar un terror oculto bajo tierra, inducido en todas las gentes de una ciudad. Insinuaciones sin concretar que dejan a la imaginación del lector libre para completarlas como le apetezca.

Teatro Grottesco: Relato extraño este, la verdad. Un Teatro, así con mayúsculas, y así de indefinido, que solo actúa para los artistas, y que mantiene una relación especial con ellos. Ligotti nos introduce en un submundo tenebroso de personajes de vida desarrapada a los que el Teatro afecta sobremanera.

El arte perdido del crepúsculo: Es uno de los cuentos menos oníricos del libro, y es uno de los que más me ha gustado. Y no porque trate sobre vampiros, si no porque lo hace desde una perspectiva distinta y nueva. Las descripciones y la atmósfera que crea Ligotti hacen vivir el relato, y en cuanto a la forma es envidiable. Hay fragmentos en este cuento que por sí solos justifican la compra del libro. Y el final me encanta, por lo horrible que resulta para el personaje principal, porque la narración hace comprender perfectamente el horror que siente.

El doctor Voke y el señor Veech: Atmósfera delicada y maravillosamente opresiva. El juego de luces y sombras, de objetos semiocultos por una oscuridad envolvente de la descripción del desván del doctor Voke es deliciosamente agobiante. El odio y el resentimiento en la petición del señor Cheev, las consecuencias de su arrepentimiento, las implicaciones del mayor tesoro del doctor Vocke, y el destino del pobre Taquillero crean un cuento de terror onírico, extraño, opresivo. Uno de los mejores.

El manicomio del doctor Locrian: Un relato de fantasmas, al estilo Ligotti. Cuenta la historia y el final de un manicomio, ya abandonado, en el que los pacientes no eran tratados como cabría esperar. Plantea los horrores llevados a cabo por el director del manicomio tan solo con la descripción de las habitaciones y de lo que en ellas había, posteriormente completada con las motivaciones del mismo director.

La secta del idiota: Otra vez un relato influenciado por Lovercraft.
Es un tanto difícil de seguir en ocasiones, quizás porque parece más bien una sucesión de escenas sacadas de alguna pesadilla, aunque de magníficas descripciones visuales. Me dejó un sabor agridulce.

La música de la luna: Insomnio, deambular nocturno y una música extraña interpretada por unos músicos más extraños aún. Muy conseguida la ambientación nocturna, agobiante cuando se interna en el edificio en el que se interpreta la música. Otro ha incluir en la lista de los mejores.

Vastarien: Me llamó la atención desde el principio, más bien parece un intento de Ligotti por aclarar por qué escribe lo que escribe, que un relato. Desde el sueño inicial, pasando por la búsqueda del protagonista de un mundo más allá del real, paralelo, simultáneo y monstruoso, hasta las consecuencias de la búsqueda, todo tiene el aspecto de una explicación de la escritura de Ligotti.
Interesante el hombre-cuervo y su interesado apoyo, con un final un tanto sorprendente, muy bien llevado.

Los anteojos del cajón: Cuenta la historia de una obsesión enfermiza y un regalo envenenado, que transporta y atrapa más allá de la razón. Un regalo hecho con no muy sanas intenciones que luego pasa factura. Como de costumbre, sensacionales las descripciones de las visiones.

Hay todavía más relatos, me habré quedado más o menos por la mitad del libro, pero de momento no voy a seguir leyendo. He decidido dejarlo por un tiempo, porque se me está haciendo algo monótono y temo que así no pueda seguir disfrutando de los cuentos como hasta ahora. Esta es quizás la mayor pega que se le puede poner al libro. Y es que los cuentos, salvo uno o dos, tienen una temática tan parecida, que se hace monótono leerlos todos seguidos.
Además, los personajes, por regla general, son bastante planos, no están definidos, y las descripciones de las ciudades son muy parecidas en todos los cuentos. Es como si no importara la personalidad o las motivaciones de los personajes, ni donde tiene lugar la acción. Ligotti se centra más en contar qué le ocurre a sus personajes, en describir sus terrores y pesadillas.
Y lo hace muy bien. Porque he disfrutado con el terror onírico, las insinuaciones del universo tenebroso y monstruoso de Ligotti, la magnífica ambientación y la buena prosa, elegante, y con una fuerza capaz de conseguir imágenes de poderosas visiones.
Por último, quería hacer una referencia al prólogo, de Poppy Z. Brite, un interesante estudio sobre el terror, y como no al buen trabajo que han hecho los traductores. No debe ser fácil traducir un libro como este.

domingo, 17 de junio de 2007

Homenaje a una letra II

El gatito correteó juguetón entre sus piernas y salió disparado antes de que la montaña de risas se le desplomara encima. Luego tuvo que esconderse debajo de la cómoda del dormitorio para escapar de las caricias demasiado impetuosas de la niña. El colgante, una letra ese sujeta a una cadena, apareció en el rincón, entre maullidos de protesta y bufidos amenazadores. La niña se lo puso sin importarle que estuviera lleno de polvo, apagado y sin brillo. Tampoco a su madre le importó el aspecto del colgante. Le trajo recuerdos de una época de dudas, de una tienda anticuada y un viejo con un oficio extraño. Recuerdos y sueños. Le había costado mantenerlos separados, crear un lugar para los recuerdos y otro diferente para los sueños. Si se mezclan el pasado se convierte en una burla imaginaria y la irrealidad se apodera del presente, retorciéndolo y transformándolo en una ilusión embriagadora y temible, pues cuando desaparece deja al descubierto una rutina aterradora y vulgar atestada de mediocridad y exenta de la magia del sueño. Dos lugares diferentes para cosas que deben permanecer separadas. Conservar un sueño está bien si ayuda a mejorar, a progresar para convertirlo en realidad. Si no es así, es mejor guardarlo, dejarlo abandonado en el lugar de las cosas olvidadas, ese desván al que no debe entrarse nunca si uno no va predispuesto a encontrarse con la desazón y la desilusión que provoca el cúmulo de aspiraciones y objetivos desechados, capaces de destruir las esperanzas actuales. Por eso guardar un sueño durante tanto tiempo por el mero hecho de observarlo, de recrearse con él, es perjudicial. Aquel viejo no le advirtió sobre esto. Afortunadamente para ella se dio cuenta a tiempo.
Y se quitó el colgante.
Ahora el destino jugaba con ella y le devolvía el colgante y su carga de recuerdos a través del motivo de su sueño y de la causa de que se lo quitara. Lo limpió y volvió a ponérselo con cierta ceremonia, esperando quizás que ocurriera algo excepcional. Pero no sucedió nada. Tal y como el viejo le había dicho, el sueño había escapado del colgante. Se lo cedió gustosa a la niña, a fin de cuentas ya no le hacía falta. Prefería la realidad del sueño cumplido a la expectación sin esperanzas del sueño apolillado. Más tarde, aquella misma noche, tuvo que contar al padre de la niña la historia del colgante, porque durante el tiempo que lo llevó no le quiso explicar nunca por qué lo llevaba ni de dónde lo había sacado. Contestar sus preguntas fue la manera de abrir los cajones polvorientos de la memoria y acallar los gritos de la conciencia y disfrutar, por fin, de aquella época.
Pero el destino no había jugado lo suficiente y una mañana fresca de verano, cuando apenas ha salido el sol y en el paseo marítimo sólo hay algún deportista madrugador y unos pocos perros guiando a sus dueños soñolientos por la arena de la playa, la madre y la niña se encontraron a un anciano sentado en el muro bajo que separa la ciudad de la playa, y reconoció sin quererlo al dependiente de la tienda de colgantes. Se le notaba el paso de los años y tenía el mismo aspecto pasado de moda de entonces, pero había ahora algo contradictorio en él. Tuvo que fijarse con cuidado para darse cuenta de que el hombre aparentaba un cansancio desmentido por la alegría que le iluminaba los ojos.
El viejo también la recordó, a ella y a su sueño, y sonrió cuando se dio cuenta de que ya no llevaba el colgante y que su sueño cumplido caminaba junto a ella. Su cabeza era un mar de recuerdos en el que se mezclaban los propios con los de todos aquellos que habían pasado por su tienda, cuando aún era suya, a pedirle un colgante. Ya no quería fijarse en ninguno en particular porque no estaba seguro, no podía estarlo, si era suyo o de algún otro. Se le hacía aún más insoportable por la ausencia de vida propia, incapaz de generar sus propias experiencias, cada vez más ilusionado por el mundo que se abría más allá de su jaula sin candado. Eran las reglas del libro que le enseñó su oficio. Las vidas y los recuerdos y los sueños de los demás a cambio de la suya siempre encerrado en la tienda.
Ahora ya poco importaba todo eso. Sabía que el fin estaba próximo, y no quería encontrarlo entre las paredes cubiertas de vitrinas, asediado por las sombras de los rincones. Encontró a alguien a quien traspasar el negocio, alguien que quisiera aceptar el libro y sus reglas, alguien que se recluyera voluntariamente en la tienda a cambio de un conocimiento antiguo y extraño, y después salió al exterior y se llenó del ambiente de la noche, que se llevó los últimos restos del miedo a romper la regla que le liberaba y le condenaba.
Los dos habían sabido evitar, un poco tarde quizás, el peligro de los sueños y los deseos, pues son perfectos y mientras permanecen en su condición de sueños esconden intencionadamente las imperfecciones que aparecen al realizarlos. Durante un tiempo, el temor a la decepción les había impedido hacerlos realidad. Hasta que aceptaron que la lucha por alcanzarlos les mantendría más vivos y les haría disfrutar más que el conformismo que les paralizaba, que el resultado es decepcionante sólo en apariencia y trae una felicidad de la que no se disfruta con una vida imaginada.
La madre y la niña siguieron su camino sin detenerse. El anciano se quedó con la compañía momentánea del gatito de la niña, que se sentó a su lado como si fuera el dueño del muro, y de la incertidumbre. No sabía como iba a llegar, pero sabía que podría descansar con la puesta del sol. Lo dice el libro.


Fotografía: St4rF1sH.


El cuentacuentos

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miércoles, 23 de mayo de 2007

Trabajo en las alturas

—Te conozco demasiado bien, sé que no vas a saltar —le dije desesperado porque en realidad no estaba nada seguro.
Y ella tampoco parecía estarlo. Miraba hacia la calle, allá abajo, con la mirada perdida, indecisa, el miedo pintado en la cara.
—Sería mejor que bajaras de ahí, para ahorrar tiempo. Hace frío aquí arriba.
Nada. Ni caso. Parecía que se había fundido a la barandilla. Y hacía frío de verdad. Subí la cremallera del abrigo y enterré las manos en los bolsillos, helado sólo de verla vestida con una camiseta de manga corta y unos pantalones de tela, mala elección para un día de otoño que había empezado soleado y tibio y estaba terminando nublado y lluvioso.
—Desde luego, si no te decides pronto te va a matar el frío.
Caía una llovizna muy fría y estaba empezando a cabrearme estar allí arriba con aquel tiempo. Pero la chica era joven, y es difícil encontrar suicidas jóvenes que estén dispuestos a pensárselo. Si finalmente la convencía iba a conseguir muchos años para mí. Me subí al pretil y me agarré a la barandilla, sin saltarla como había hecho ella. Dicen que el hábito hace al monje, pero la calle estaba demasiado lejos vista desde allí y la costumbre no me ayudó. No cabía la menor duda de que me lo estaba trabajando. Nos habíamos visto unas tres veces en los últimos meses. La chica era de las que gustaban de los sitios altos, y no es que tenga vértigo, no es adecuado para hacer lo que hago, pero aquel edificio no era el puente sobre el río de la última vez. Dejé de mirar hacia abajo y me concentré en mi hipotética prórroga de vida. Estaba llorando. Ya lloraba cuando llegué a la carrera y no había parado en todo el rato. Nos encontrábamos en el mismo punto muerto al que habíamos llegado las otras veces.
—Eliges sitios demasiado altos. No me ayudas.
—Dicen que si la caída es muy larga, te mueres antes de llegar al suelo —me dijo entre sollozos.
—Lo he oído otras veces, pero no funciona así. Casi todos están vivos cuando se estrellan contra el suelo.
—¿Eso es verdad?
—Por supuesto. No te engañaría con algo así.
Y era verdad. Lo había visto muchas veces.
—Algunos gritan todo el tiempo hasta que llegan abajo, otros sólo al principio de la caída, otros sólo cuando van llegando al suelo. Otros caen en silencio. Pero llegan vivos.
Una pausa. Suelta una mano de la barandilla, pero es para pasársela por la cara, luego vuelve a sujetarse.
—Suponía que sería más fácil.
Había un atisbo de arrepentimiento en su expresión, o tal vez un matiz en la inflexión de la voz. Un hilo de esperanza al que agarrarme.
—No es fácil —le insistí—. Da igual cómo lo planees, o lo decidido que llegues. En el último momento siempre aparecen las dudas, o el miedo. A veces los dos.
Había girado la cabeza. Me miraba a mí, no al vacío.
—¿Has intentado suicidarte alguna vez?
—Nunca, pero lo he visto a menudo.
—¿Por qué lo haces?
—No por altruismo, puedes estar segura.
Volvió a mirar al vacío, a la calle encajonada entre edificios, al aparentemente tranquilo tráfico.
—No sé si podré hacerlo alguna vez.
Aquello se parecía mucho a un grito desesperado de ayuda.
—Si no lo has hecho a la primera, luego cuesta más trabajo. Y si te lo vas a pensar, hazlo de este lado de la barandilla, no sea que una ráfaga de viento haga el trabajo por ti.
No lloraba. Tenía la ropa mojada y tiritaba, aunque parecía más cosa del frío que del miedo. Sin decir nada pasó por encima de la barandilla y juntos volvimos al tejado. No sabía si volvería a intentarlo, no tenía manera de saberlo, pero cuando abrí la puerta metálica que daba acceso al edificio se paró y, mirando fijamente las escaleras del interior, me dijo:
—Gracias.
Y sonreía.
Yo no puedo ayudarles con sus problemas, y no me interesa si su vida es un infierno y no otra cosa, no puedo preocuparme de cada uno de ellos. Por eso cuando sonríen es gratificante, porque generalmente a los que sonríen no me los vuelvo a encontrar en las mismas poco tiempo después.
En cualquier caso, ella se había concedido otra oportunidad, y yo ganaba todo el tiempo que ella siguiera viva.

Fotografía: MA.JULIANA.G.


El cuentacuentos

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viernes, 18 de mayo de 2007

Corsarios de levante

Esta novela es la sexta de la serie de aventuras del Capitán Alatriste. Todo el libro está impregnado por el estilo habitual de la serie, que tanto ayuda a crear la ambientación de época que necesita una novela histórica, y por la crítica al tiempo que describe, tema este de la crítica donde hay tela para cortar y que da para varios libros por sí sólo.

El único problema que he encontrado a la hora de leer el libro ha sido la película "Alatriste". Y es que es más que recomendable olvidarla. De hecho, no conseguí disfrutar plenamente del libro hasta que no conseguí desprenderme de las maneras, los acentos, y los clichés de los personajes de ese despropósito de película. Por no hablar del guión, que no quiero porque consiguió desesperarme y me desvío del tema.

Es esta ocasión el Capitán Alatriste ha embarcado junto con Íñigo en la galera "Mulata", con la que recorren el Mediterráneo en busca de de corsarios o piratas, del turco y del inglés, y en general de cualquiera de los muchos enemigos que el imperio español tenía en aquel momento, y que eran, básicamente, todos los demás.
Buena novela histórica, que si bien puede hacerse algo monótona en algún momento, no en vano los protagonistas pasan casi todo el tiempo a bordo de la galera exceptuando un episodio en Orán y otro lance que no contaré, describe muy bien la época, algo que ya viene siendo habitual en esta serie del Capitán Alatriste. Es fácil hacerse a la idea de como debía ser el día a día a bordo de una galera, de las motivaciones de uno y otro bando, e incluso de la vida en las colonias españolas del norte de África. Es también novela de aventuras, pues cuenta con muy buen tino algunos abordajes, escaramuzas en tierra, y una batalla naval, acción vívida y bien narrada en todos los casos, cosa que no me sorprendió después de leer "Trafalgar", otra novela en la que Pérez-Reverte ya mostró muy buenas maneras para este tipo de lances.

martes, 8 de mayo de 2007

Los hijos de Anansi

Tenía muy buenas recomendaciones de este libro, y yo mismo esperaba bastante. Hasta ahora casi todo lo que he leído de Neil Gaiman me ha gustado, sus novelas especialmente.
Y no me ha defraudado. Me encanta la fantasía de este hombre y su forma de mezclarla con la realidad. No puedo evitarlo.
En esta ocasión el protagonista es un tipo de vida anodina y aburrida, que cambia radicalmente con la muerte de su padre y la aparición de un hermano desconocido. Hasta aquí, más o menos normal. Y aquí es donde empieza la diversión. El padre del protagonista es el dios Anansi, el dios araña, un dios mentiroso y embaucador.
Realidad y fantasía que se entremezclan y se unen con naturalidad y armonía, mitos, dioses, fantasmas, muertos que no están muertos, ancianas que saben más de lo que admiten, dioses enfrentados, dioses enamorados, superación personal, todo ello convenientemente dosificado, para ir sorprendiendo poco a poco, sin prisas, pero sin perder la intensidad. Tanto que es difícil dejar de leer.
Si es cierto que los aspectos no fantásticos de la historia se hacen predecibles, pero no es un obstáculo para disfrutar del libro, quizás porque la fantasía no deja de sorprender una y otra vez, y desde luego porque consigue sacarte una sonrisa, incluso alguna carcajada, de cuando en cuando. Me he divertido enormemente leyendo.
Un libro imprescindible y siempre recomendable a cualquier aficionado a la lectura.

martes, 1 de mayo de 2007

Identidad

El título de aquel libro llamó poderosamente mi atención. Lo abrí con la esperanza de encontrarme dentro, pero tampoco estaba allí. El autor debía estar pensando en otra cosa, o no recibió la inspiración adecuada. La desilusión no fue más que una pequeña comezón en el pecho, fruto de la costumbre. Me habría gustado convertir el libro en polvo, pero no puedo hacerlo, así que lo dejé otra vez en su sitio.
—¿Todavía no lo has encontrado?
A mi lado había una chica de mi edad vestida muy a la moda, pero no me engañó. Era otra vez esa vieja del demonio, o más bien ese demonio viejo y arrugado.
—Debes estar muy aburrida para que vengas a entretenerte conmigo —le dije en el tono más despectivo que pude adoptar.
La chica desapareció. En su lugar apareció una anciana extremadamente fea. Tenía el pelo blanco desgreñado. Podía conseguir que su cara fuera una de las cosas más desagradables de mirar.
—¿No creerías que iba a esconderlo en un sitio tan evidente? —me dijo sonriendo como sonreiría un gato que jugara con un ratón recién atrapado, disfrutando un rato con él antes de comérselo. Yo sabía que se estaba riendo de mí. También a esto me había acostumbrado.
—Una vez me dijiste que habías escondido mi nombre en un libro que tenía por título un nombre de mujer. Debe ser la única vez que me has dicho la verdad. A lo mejor es la única vez que le has dicho la verdad a alguien.
—Este juego tiene sus reglas. Una de ellas me obliga a contestar una sola pregunta, y así hago con todas —aunque su tono de voz dejaba bien claro que no estaba en absoluto de acuerdo con aquella regla, un lamentable error que alguien había cometido al redactarlas—. Así que no te des tanta importancia. Recuerda que no eres la única diversión que tengo.
—Pues vete a dar la paliza a alguna de las otras, y déjame en paz.
—No deberías tratarme mal. ¿Y si hubiera venido a ayudarte otra vez? ¿No crees que mi viejo corazón pueda sentir un poco de compasión de vez en cuando?
Hasta había conseguido componer un gesto compungido. Si no la conociera habría sentido lástima. Era muy buena.
—Ya no te creo, vieja. Es otra vez el mismo cuento, no haces más que liarme con tus tretas cada vez que te hago caso.
Se rió con el mismo sonido que produce una sierra cortando metal.
—No debería estar permitido daros tanto tiempo. Las más veteranas perdéis toda la gracia. ¿Qué sentido tiene que siga preocupándome de vosotras si yo no puedo divertirme? Debería abandonarte, olvidarme de ti. ¿Cómo ibas a encontrar tu nombre entonces?
Otra vez jugaba conmigo.
—Me las apañaré sin tu ayuda, gracias. Estoy segura. Hasta ahora sólo ha servido para hacerme perder el tiempo.
—Te estás volviendo demasiado impertinente. Quizás debería castigarte.
Sentí una agradable sensación de alivio. Me había pasado los últimos cuatro años y pico viviendo atemorizada por sus amenazas, tan convencida de que podía hacerme daño que yo misma lo convertía en algo real. Así es como me controlaba. En cambio ahora sabía, tenía seguridad en mí misma y no era vulnerable.
—Sé que no puedes hacerme nada si no te doy mi consentimiento. Y no voy a cometer el mismo error dos veces. He aprendido mucho.
Se quedó seria. De pronto yo era inalcanzable y seguramente no estaba acostumbrada a perder la ventaja que le permitía jugar con nosotras a su antojo. Entrecerró los ojos y habló muy despacio.
—Sabes demasiado. Tendré que esperar a que se cumpla el plazo, pero cuando tu alma me pertenezca podré hacer contigo lo que quiera. Y soy muy rencorosa.
Había tanto odio y tanta maldad en su mirada que sentí miedo. Me costó mucho trabajo mantenerme firme y contestarle.
—¿Y si no puedes esperar? Un sólo paso en falso y romperás las reglas del juego. Me muero de ganas por ver la cara que pondrías si quedara libre por un error tan tonto.
—¿Crees que el tiempo me preocupa, que soy impaciente? Ya te darás cuenta de lo rápido que pasan los años. Tanto que me resulta demasiado pesado contarlos. Es más práctico medir el paso del tiempo en siglos. No voy a cambiar una eternidad de diversión por un arrebato de ira.
—¿Tu hermano es tan paciente como tú?
No se lo esperaba. Por primera vez desde que la conocí, disfruté. Enormemente. Se había quedado pálida. El mundo se detuvo por un instante, o eso me pareció, en el intervalo de tiempo que tardó en reaccionar. Cuando volvió a girar, perdió el control.
—¿Cómo te has enterado de eso? ¿Quién te lo ha dicho? Dímelo, niña. ¡Dímelo! —estaba demasiado furiosa o demasiado asustada como para darse cuenta de que estaba atrayendo la atención de la gente. Luego enumeró con perversa minuciosidad todas y cada una de las cosas que pensaba hacerle a quien me hubiera revelado el secreto, y a mí misma después. Gritaba cada vez más alto mientras sus facciones se transformaban adoptando una tras otra formas de una mujer joven, de un niño, de un hombre adulto, de algo terrorífico que no había visto antes, y de una diversidad de animales. Y yo no podía contestarle. Para averiguar su nombre tuve que hacer algo que no quiero recordar. Afortunadamente encontré a alguien que aceptó borrarme ese recuerdo. Me asusté tanto que no me costó nada concentrarme, la alternativa era horrible si no lo conseguía.
Entonces lo llamé. Grité su nombre dentro de mi cabeza y deseé con toda mi alma que estuviera allí.
Un hombre joven apareció detrás de la vieja.
Le puso la mano en el hombro.
La vieja se quedó quieta y callada como si se hubiera convertido en una estatua. Había recuperado su aspecto normal, o el que yo imagino que era el normal. Parecía una viejecita desvalida e indefensa justo antes de ser arrollada por un autobús.
—No sabes lo que has hecho, niña —dijo con una voz chillona—. No tenías derecho. Tú tenías una oportunidad. Era un juego limpio.
—¿Juego limpio? —esto era el colmo—. Nunca fue nada parecido. Me engañaste desde el principio —estaba tan furiosa—. Sólo de pensar en todas las chicas que has esclavizado durante tu vida me da náuseas —todo el miedo que había sentido hacía un momento se estaba convirtiendo en una ira fría y vengativa—. Te lo mereces.
—Es verdad —dijo su hermano—. Te lo mereces. Vas a responder de todos tus actos.
No sabía como iba a reaccionar cuando lo llamara. Siempre cabía la posibilidad de que fuera tan caprichoso como su hermana y me fulminara en el acto. Pero merecía la pena correr el riesgo. Siempre es mejor eso que una eternidad de esclavitud.
—¿Qué es lo que te hizo? ¿Por qué la odias tanto? —me atreví a preguntarle.
Permaneció impasible. No dejó trascender ningún sentimiento. Si aún sentía odio, no lo supe.
—Es mejor no remover el pasado. Eso es algo que debe quedar entre ella y yo. Sea lo que sea, ahora pagará por ello. Gracias a ti he alcanzado mi venganza, me has liberado de mi odio. ¿Cómo puedo recompensarte?
No iba a fulminarme. Mejor.
—Sólo te pido una cosa. Necesito que me encuentres.
—Quieres que te devuelva tu nombre.
—Si lo averiguas, por favor, dímelo. Susúrralo al amanecer, justo antes de que el sol aparezca por encima del horizonte. Así me liberarás tú a mí.
Luego desaparecieron los dos.
Creo que se la llevó a algún lugar del que no puede escapar. Sólo me queda esperar.

Fotografía: frixin.


El cuentacuentos

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lunes, 30 de abril de 2007

El tapiz de Fionavar. Sendero de tinieblas.

La impresión general de la serie, una vez terminada, no es mala. El autor consigue crear un mundo nuevo bien ambientado, llenarlo de detalles, de personajes consecuentes y coherentes, de poder, incluso de una cierta épica. Pero falla en la ejecución. El tercer libro se hace largo. Es el más extenso, y además es lento. Desesperantemente lento. Va desgranando muy despacio los sucesos desde las diferentes perspectivas de los extranjeros. Esto, que podría utilizarse para enriquecer la narración, la entorpece, puesto que cuenta una y otra vez las mismas cosas sin apenas variaciones. Si en los libros anteriores caía en este fallo con cierta frecuencia, en este libro es constante. Durante buena parte del libro queda la impresión de que se podría contar lo mismo con menos páginas y quedaría mucho mejor.
Y para rematar la batalla final no es dinámica, no transmite la acción y la intensidad que debiera. Y el desenlace tarda tanto en resolverse que se hace eterno.
La serie deja un sabor agridulce, de una historia con muchas posibilidades que a veces consigue atrapar, pero que las más de las veces se hace lenta por repetitiva y falta de ritmo.

sábado, 21 de abril de 2007

Nunca he sabido hacer el equipaje

Nunca he sabido hacer el equipaje. Me cuesta meter en una maleta la melancolía y la tristeza, o la ilusión y la esperanza. Es mejor aceptar que, sencillamente, no sé como hacerlo. Siento que cada vez que me voy de un lugar dejo atrás una parte de mí mismo, algo que no soy capaz de llevarme. Esa parte que se queda junto a las personas que he conocido, en los lugares que he frecuentado. Habitualmente no me importa, no consigo conectar con la gente, pero me sienta fatal cuando lo he conseguido.
Por eso estoy tan triste esta noche. Aquí he encontrado algo que ya no esperaba. No sé si lo comprenderá, pero he de irme. Estamos demasiado implicados, o al menos yo lo estoy. Es mejor acabar con esto cuanto antes e irme ya, que esperar a que sea demasiado tarde y no tenga más remedio que escapar otra vez. Antes de que empiecen a aparecer muchos a la vez y lo noten los demás. Me habría gustado explicarle que no es posible, que yo no puedo llevar una vida normal, que conmigo no hay futuro alegre y final feliz, pero casi habría sido peor. Si le hubiera contado la verdad no me habría creído, y una mentira le habría hecho más daño que irme sin más. Y tengo miedo de que lo haya notado. Si se da cuenta y me pregunta me derrumbaré. No puedo decirle que no son personas vivas, que los atraigo porque cerca de mí son visibles para los demás. No hay uno solo que no lo desee con toda su alma, están desesperados por comunicarse con los vivos. Hoy he visto al primero de ellos desde que estoy aquí. Es mi vida, debería aceptarlo de una vez. He de irme.
Cierro la puerta y bajo las escaleras. Allí abajo, en el portal, me espera una sorpresa. Viene con las maletas. Igual esta vez no me voy solo. Igual esta vez me cuesta un poco menos llevarme la ilusión y la esperanza.

Fotografía: mizuiroelk.


El cuentacuentos

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martes, 27 de marzo de 2007

El tapiz de Fionavar. Fuego errante.

Es el segundo libro de la serie y ya están en marcha todos los elementos del mundo fantástico. Nos va contando el desarrollo de la lucha entre la luz y la oscuridad a través de los cinco protagonistas. Cada uno de ellos tiene un papel que desempeñar en esta lucha, un poder especial para ayudar a la luz a vencer a la oscuridad.
Es interesante ver la interacción entre los distintos poderes del nuevo mundo (las sacerdotisas de la diosa, los magos, la vidente, el Guerrero, los andains, los propios dioses, la Caza, y alguno que otro más), y todavía quedan algunos que han aparecido pero no han entrado en acción y no se sabe exactamente qué pueden hacer o a quién ayudarán, como es el caso de Darien. Igualmente, quedan razas como los Lios Alfar o los enanos que apenas si han aparecido en la trama. Tan solo algún individuo de cada una de ellas ha aportado algo, ya sea a la luz o a la oscuridad.
Algo que en un principio me desencantó fue la aparición de Arturo y su leyenda, quizás por la forma en que lo introduce, pero luego va entremezclando el mito de Arturo con la trama del libro de manera que no desentona.
Se echa en falta una descripción más viva de las batallas, que en este libro son pocas aún pero interesantes. El autor las despacha en unas pocas líneas, apenas si esboza el ambiente de la lucha. Por contra hay ocasiones en las que da muchas vueltas para contar las cosas, da demasiadas explicaciones o se entretiene más de la cuenta.
También utiliza demasiado un recurso que llega a hacerse molesto. Y es que pretende terminar un capítulo o un párrafo dejándote con la intriga de saber qué pasará, con el agravante de que son pocas las veces que consigue realmente dejarte intrigado.
Un libro correcto, entretenido, con sus sombras y sus luces, que mejora al primero y deja todos los hilos de la trama pendientes del último libro de la serie.

lunes, 19 de marzo de 2007

Homenaje a una letra

Un cartel antiguo y pasado de moda sobre una puerta de madera vieja. Dos cristales a cada lado de la puerta, tan deslucidos y rayados que ocultaban mas que mostraban unos pocos colgantes esparcidos sin orden aparente. El aspecto de la tienda no invitaba a entrar.
Dentro olía a viejo. A madera vieja. La tienda era diminuta. Las paredes estaban cubiertas por entero de vitrinas llenas de pequeñas cadenas para los colgantes. La luz de las dos lámparas no conseguía hacer la atmósfera menos asfixiante. Aquella tienda necesitaba urgentemente una reforma. Al fondo de la habitación, detrás de un mostrador que había sido limpiado muchas veces, estaba sentado el dependiente. Un señor mayor de escaso pelo blanco y discreto bigote gris que le miraba por encima de unas gafas que parecían tener tanto tiempo como el traje que llevaba puesto.
—¿Qué desea? —le preguntó casi con fastidio, sin soltar unos alicates pequeños con los que manipulaba uno de los collares sobre el mostrador.
—Hola —empezó—. Verá, me han recomendado esta tienda —¿y si después de todo le habían tomado el pelo?—. Quisiera comprar un colgante.
El viejo apartó la herramienta y el collar y se apoyó en el mostrador.
—¿Qué tipo de colgante? Aquí solo encontrará letras.
—Si, eso me dijeron —aquello era de lo más surrealista—. Pero yo quería un colgante especial. Uno que tenga una propiedad muy concreta.
La cara del viejo se relajó. En un instante pasó de ser un viejo huraño a ser un vejete de lo más simpático. Hasta el aspecto de la tienda cambió, la luz se hizo menos oscura y el olor a viejo desapareció.
—¿De qué propiedad se trata?
—Bueno, no es una propiedad física, por decirlo de alguna manera —qué difícil resultaba pedirlo. Estaban empezando a sudarle las manos.
—Ya veo —la sonrisa del viejo se hizo más amplia—. ¿Es su deseo atraer a alguien? ¿Quizás quiere tener más suerte? ¿O tal vez una mejora de su salud? —siguió, viendo que la mujer no se decidía a pedírselo.
—No, no. No se trata de eso —a lo mejor no le habían aconsejado mal, después de todo—. Lo que yo quiero es guardar un sueño.
Los ojos del viejo brillaron. Tenía todo el aspecto de un niño desenvolviendo un regalo el día de su cumpleaños.
—Es una petición muy poco habitual. Sí, puede hacerse. Pero es necesario un pequeño trámite. La mayor parte de las peticiones que recibo son para mejorar en el trabajo, tener más suerte, o algún enamoramiento —dijo mientras cogía una pluma de madera de un cajón ancho y delgado debajo del mostrador, y una pieza de metal de otro cajón estrecho y profundo.
—Acérquese, por favor —le pidió.
—¿Qué quiere? ¿Qué trámite es ese que hace falta?
Estaba empezando a asustarse. ¿No pretendería aquel individuo que firmara un contrato por un colgante para guardar un sueño? Iba a tener su gracia delante de un juez, si llegara el caso.
—No se preocupe, no es complicado. Voy a escribir una letra en su frente.
Lo de surrealista se estaba quedando corto.
—¿Qué va ha hacer qué? ¿Una letra? —por supuesto, no se acercó, estaba armado con una pluma.
—Para guardar un sueño hay que escribir una letra en la frente del soñador. No hay otra forma de crear el vínculo que captura y recluye al sueño en el colgante —le explicó con un tono de voz que le recordó al de su abuelo cuando de niña quería convencerla de alguna cosa.
Y como una niña obediente a la que piden algo que no le hace mucha gracia se apoyó en el mostrador, poco confiada todavía, y se inclinó mirando la pluma que el viejo levantaba hacia ella como si fueran las tenazas de un dentista. No había muchas alternativas y quería conservar el sueño.
—Ahora no se mueva. Es posible que le escueza un poco, pero no debe moverse bajo ningún concepto.
El escozor empezó en cuando la pluma le tocó la piel y se fue haciendo cada vez más molesto conforme el viejo trazaba la letra.
—Ya queda poco, relájese y no arrugue la frente, por favor —le decía el viejo, que parecía mover la mano deliberadamente despacio. Seguro que sabía escribir más rápido.
—Ya está. Eso es. Y ahora...
Cogió la pieza de metal y agitó la pluma encima. Una gota de sangre se formó en el extremo y cayó sobre la cara plana y rectangular del metal. En cuanto vio la sangre se asustó y se llevó la mano a la frente. La retiró manchada con un trazo muy fino de sangre.
—No debe tocarse la herida. Deje que se cure por sí misma y no le quedará marca. Y no use ningún medicamento, ninguno, o no funcionará. Vuelva cuando haya desaparecido la letra.
Se estaba enfadando de verdad. ¿Le había hecho una herida y no se lo había advertido? ¿Cómo iba a salir a la calle con una herida así en la frente? ¿Y qué pasaba con la higiene?
—Pero... ¿habrá cambiado la plumilla, no? ¿No estará utilizando la misma plumilla para todo el mundo?
—No tiene de que preocuparse —la estaba mirando como si hubiera dicho una de las tonterías más grandes que podían decirse en ese momento—, no le voy a transmitir ninguna enfermedad.
—¿Cuánto tiempo va a tardar en curarse? —a ver como explicaba aquello en el trabajo o en casa.
—Unos días, pocos, dos o tres como mucho. Vuelva entonces y tendré su colgante preparado. Ya hablaremos del precio.
Era todo tan extraño que no se le ocurrió nada más que decirle ni otra cosa que hacer que irse. Ya estaba con la mano en el tirador de la puerta cuando se acordó que no le había pedido la letra.
—Por cierto, la letra que quiero es...
—Eso déjelo de mi cuenta. La letra será la ese, no puede ser de otra manera —le interrumpió amable pero firme. Y viendo que ella le iba a replicar, continuó.
—Yo soy el experto en letras. Créame cuando le digo que no se pueden combinar de cualquier manera, ni se puede hacer cualquier cosa con cualquiera de ellas. Tienen sus reglas, cada una tiene sus usos, y la adecuada para este caso es la ese. ¿Alguna cosa más? —volvía a exhibir una estupenda sonrisa. Casi daba pena contradecirlo.
—Sí, en realidad sí. Me gustaría que la cadena fuera de plata.
—Me temo que tampoco es posible. Ha de ser de hierro. Si es de otro material, no funciona. Y hay otra restricción importante. No debe quitársela nunca, o se perderá el efecto. En este caso, se perderá el sueño. Escapará. Me ocuparé de recordárselo cuando venga a recogerlo.
—Está bien. Adiós —lo tenía todo muy claro el viejo, porque ella no estaba muy segura de lo que estaba haciendo.
—Buenas tardes —parecía tan feliz como desconcertada se sentía ella.
Después de salir a la calle buscó su espejo de maquillaje en el bolso. En la frente tenía dibujada una gran, elegante y estilizada ese, con filigranas y adornos en los extremos.



El cuentacuentos

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martes, 13 de marzo de 2007

El tapiz de Fionavar. El árbol del verano.

Fantasía estilo Tolkien, con un nuevo mundo lleno de nuevos seres, objetos mágicos, personajes poderosos, y tradiciones e historias ancestrales.
Es el primer libro de la saga, y como tal es un libro de introducción. Al principio se me hizo un poco pesado, y lo peor es que no parece mejorar. Hasta la mitad del libro leí más por inercia que por otra cosa. Tarda mucho en introducir a los personajes, se hace lento a la hora de ir contando los detalles del mundo al que viajan, con sus costumbres, sus tradiciones, sus canciones, etc.
Pero luego cambia, hay más acción, se introducen más elementos fantásticos, bien entrelazados, y hacia el final empieza a verse el resultado de todo lo anterior. Porque el autor consigue crear un mundo nuevo, y es creíble. Desde luego que tiene sus similitudes con el mundo real. Es muy fácil ver a los indios de Norteamérica en las tribus de dalreis, por ejemplo. Incluso son más los paralelismos y parecidos con la Tierra Media de Tolkien, salvando las distancias y cambiando los nombres.
Por lo demás, la historia no es nueva. Nos cuenta otra vez la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, en la que se ven implicados un grupo de amigos, y en la que se verán más atrapados de lo que desearían en un principio.
A pesar de todo, la historia engancha y seguiré con el segundo libro, con la esperanza de que no sea tan lento como este primero.

martes, 6 de marzo de 2007

Huellas

Esta mañana han aparecido unas huellas diminutas en el jardín. Son tan pequeñas como la uña del dedo meñique. Forman una hilera de pequeños hoyitos serpenteantes que llegan desde la derecha, al pie del muro, hasta los rosales. Parece que al dueño de las pisadas, o a la dueña, quien sabe, le gustan los rosales. Lo sé porque delante de cada flor hay un corro de piececitos marcados en la tierra aún húmeda. Pies descalzos bajo las flores mojadas, eso es todo lo que puedo saber del visitante. Puedo imaginar que quería olerlas, o tal vez era su néctar lo que buscaba. Quién sabe si vio las flores y se detuvo solo a mirarlas.
Luego la fila de huellas se dirige hacia el otro extremo del jardín y se pierde al alcanzar el muro, con todos sus misterios, sin resolver ninguna de las incógnitas. Me intriga no saber como lo hizo para saltarlo. Volando, quizás. Porque no creo que lo atravesara. Si lo veo, le preguntaré. Y le regalaré una rosa, si soporta que la corte. Igual le gustan tanto que no quiere que las corte. En ese caso, le invitaré a venir siempre que le apetezca. Y si se mujer y es hermosa, le pondré su nombre a una rosa, la que ella elija.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

lunes, 26 de febrero de 2007

El silencio de la noche fue su aliado

El silencio de la noche fue su aliado. Un vuelo de ida, un vuelo de vuelta, un vuelo tranquilo, un vuelo nocturno.
Un vuelo maldito.
Durante la estancia, dolor y miedo y rabia. Imágenes de un cuerpo despedazado, repartido por la habitación. Sangre salpicada en el techo, sangre salpicada en las paredes, un charco de sangre en el suelo.
No tenían por qué. Ella era inocente.
Luego cayeron sobre él. Mercenarios de un supuesto ente superior que no entienden ni comprenden. Los machacó a conciencia sin importarle sus heridas. Su cuerpo sufría mientras su mente agonizaba en un mar de violencia. Ya nada importaba.
Le habían encontrado, la habían encontrado, fin de la historia. No habría más huidas.
Durante la vuelta, imágenes de una mujer sonriente, fantasmas de risas, alucinaciones de noches de sexo, convertido todo en un absurdo grotesco y despiadado. No tenían por qué. Quimeras de felicidad transformadas en conducta irresponsable y egoísta. Sombras de culpa que se solidifican en remordimientos agobiantes. Si la hubiera dejado en paz.
No vio el asfalto acercarse. Un poco más de dolor, algunas raspaduras nuevas, y un montón de plumas flotando en el aire. Un ala rota cuelga inútil mientras espera agazapado entre dos coches aparcados, junto a las plumas esparcidas en medio de la calle, junto a la sangre, el mejor reclamo. Vendrán.
Sucumbe a la violencia, se deja arrastrar al pozo sin fondo de la crueldad más atroz, deja salir lo peor de sí mismo sin control ninguno. Ni siquiera le importa cuántos caen antes que él. Antiguos compañeros que todavía no han perdido la fe y la confianza en el creador. Los odia tanto como lo que les hace.
Un chasquido espantoso, dolor, dolor intenso colapsando sus sentidos. Queda convertido en un muñeco roto que adopta una postura imposible, tumbado sobre una montaña de cuerpos inertes resultado de su propia locura, convertidos ahora en un macabro, patético túmulo sobre el que yace resignado e impotente.
Su cuerpo agotado, quebrantado, no puede seguir. Su mente se recupera en el último momento, se deshace del torbellino de pasiones y sentimientos para encontrarse con el alivio del fin. La última esperanza, encontrarla más allá de la muerte y pedirle perdón. Esperanza perdida, arrollada por la duda, por el miedo a la nada más absoluta.

El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Brotaba pintura de entre sus dedos

Brotaba pintura de entre sus dedos y ascendía en delgadas filigranas plásticas, atendiendo a una suerte de imposible gravedad invertida. Fluía perezosa desenvolviéndose despacio, retorciéndose y curvándose. Parecía recrearse y exhibirse, como si fuera consciente de que tenía un espectador y tratara de impresionarlo luciendo todos sus trucos aprendidos.
Un poco más arriba las columnas de pintura se seccionaban en gotas que alcanzaban el techo, devolviendo los ecos de un arrítmico chapoteo. Se estaba formando una gran mancha de pintura cuyos bordes cambiantes ya alcanzaban las paredes y descendían por ellas lentamente.
Con cada gota que subía hasta la mancha de pintura del techo, un pedacito de su vida se le escapaba y desaparecía para siempre. Era una metáfora demasiado cruel que describía demasiado bien su existencia escurriéndose despacio con cada uno de los días anodinos que desfilaban ante sus ojos, sin que hiciera otra cosa que verlos marchar sin demasiado interés aparente.
Sentía el acicate del miedo apremiándole, debía detener aquella locura, pero al igual que hacía cada día, se limitó a observar y esperar, por si algo o alguien solucionaba aquello.
La mancha de pintura continuó descendiendo, lo alcanzó y lo sobrepasó, y solo cuando estuvo completamente sumergido en aquel líquido denso y pastoso, solo cuando se le introdujo por los orificios de la nariz y notó el sabor de la pintura en la garganta, quiso gritar.
Pero ya era demasiado tarde.
Estaba invadido, su interior había sido ocupado, sustituyéndolo todo por un mar de color uniforme y brillante que permanecía calmo, liso, inmutable al miedo, a la apatía y a la indolencia que habitualmente le golpeaban.
Si tan solo hubiera hecho algo cuando todavía podía.

El cuentacuentos

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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