domingo, 30 de septiembre de 2007

Olvidado rey Gudú

Ana María Matute escribió una novela fantástica un tanto especial. Efectivamente, aparecen hadas, magos, ondinas, trasgos, y otros seres fantásticos como los Hermanos de los bosques; nos cuenta el nacimiento y expansión del Reino de Olar, un reino imaginario cuya historia está plagada de luchas de poder, odio entre hermanos, rivalidades, codicia, asesinatos, traiciones, y unas pocas amistades. Pero el tono general del libro es melancólico, y hay algo más escondido entre sus páginas, algo sobre la infancia perdida, sobre el amor y las consecuencias que trae para el que ama profundamente, sobre la atracción hacia lo desconocido, fatal cuando se convierte en obsesión, sobre la predestinación hacia el olvido.
Y nos habla de todos estos temas a través de personajes vivos que transmiten sus sensaciones y emociones, acompañada de la magia de la fantasía, realmente evocadora y atrayente, con esa sensación constante de estar ante algo maravilloso que no podemos ni podremos comprender nunca.

El principio se me hizo algo pesado y largo, pues se dedica a contar la historia del futuro Reino de Olar de una manera muy poco atractiva, al estilo más de un libro de historia árido y poco entretenido, como si la novela tardara unas cuantas decenas de páginas en empezar. Pero luego, cuando la trama se centra y los personajes se despegan de las páginas, cautiva y fascina hasta el final de sus casi mil páginas, que no se hacen demasiadas. Más bien al contrario.

La novela deja un resto de melancolía, pues hace reflexionar sobre aspectos de la vida que están envueltos en ella y nos la dejan pegada al cerrar el libro.
Siempre recomendable.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Un mundo feliz

Aldous Huxley, el autor de la novela, nos presenta un futuro utópico, en el que sólo hay un gran estado mundial que ha creado y controla una sociedad feliz y despreocupada, después de una guerra que afectó a todo el planeta. Ya no existe la guerra ni la pobreza, y todos tienen cubiertas sus expectativas y deseos.
Pero para alcanzar este estado de felicidad, se ha tenido que manipular la historia y sacrificar la libertad, la familia, la religión, el arte, la literatura, y en general, la cultura en su más amplia acepción: todo aquello que pueda suponer una dificultad o un problema para alguien ha sido convenientemente eliminado.
Los individuos son incubados y predestinados, aún antes de nacer, a pertenecer a diferentes castas que se distinguen por su nivel de inteligencia y desarrollan diferentes tareas. No por esto dejan de ser felices, ya que desde que nacen los niños son condicionados mediante la hipnopedia para aceptar su situación actual y futura, de manera que se sientan felices desarrollando las tareas que les corresponden. Igualmente, son condicionados para ser buenos consumidores con el fin de favorecer el crecimiento económico, y a ser promiscuos para que nadie se sienta decepcionado ante el rechazo de otra persona.
El gobierno ha institucionalizado el uso de drogas, pues aquellos que tengan algún pensamiento que no sea feliz deben tomar soma, una droga proporciona el mismo gobierno, que anula estos pensamientos e induce un estado de felicidad irreal.

La contrapartida de esta sociedad es la reserva de Malpaís, un lugar donde aún se vive "a la antigua", donde las mujeres siguen teniendo hijos, la familia sigue existiendo, se sigue educando a los hijos, la religión domina casi todos los ámbitos de la vida y aún queda algún vestigio de cultura.

Es, en definitiva, una dictadura camuflada, que sobrevive sin que nadie se aperciba de que está ahí, como una cárcel sin muros de la que los reclusos no piensan en escapar porque nadie sabe que está preso. O casi nadie. Pues el personaje que sirve de hilo conductor de la novela, Bernard Marx, es precisamente un individuo que no se encuentra a gusto en esta sociedad que no le deja elegir, a quien no le gusta tomar soma, pues anula su voluntad, que no disfruta de la promiscuidad ni de los juegos: no es feliz.
A través de Bernard Marx el autor nos muestra esta sociedad y sus contrastes con la forma de vida de Malpaís, lugar en el que si se siente feliz y donde conocerá a otro de los personajes fundamentales de la novela, John, un hijo natural de Linda, una mujer que, como Bernard, viajó a Malpaís y quedó atrapada allí. John conoce por lo tanto las dos sociedades, y Bernard cree que llevándolo de vuelta a la civilización conseguirá hacerse comprender mejor.

Me recordó mucho a 1984, como no podía ser de otra manera, pues en ambas novelas el personaje principal no está contento con la sociedad, es un incomprendido, el pasado, molesto, se suprime, y se anula la voluntad del individuo. La diferencia, además del final, está en las diferentes sociedades que presentan, pues en 1984 es una sociedad pobre, condicionada por la guerra, mientras que en esta novela es una sociedad feliz, rica y consumista, alegre y sin preocupaciones de ningún tipo.
Aunque el mensaje sigue siendo el mismo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

La carta esférica


Después de la "adaptación" de Alatriste, era más bien reacio a dejarme engañar de nuevo por otra adaptación de otra de las novelas de Pérez-Reverte, por más que el libro lo merezca, pero finalmente decidí que, si director, guionista y actores eran distintos, el resultado seguramente sería mejor.
Y ciertamente lo es, pero no para tirar cohetes. La película no decepciona, aunque el ritmo no es constante. Ya desde el principio empecé a desengañarme, pues las primeras escenas del barco tomadas desde el aire, demasiado simples, demasiado largas, con un tímido efecto de sobreimpresión de los nombres de los actores mal aprovechado, dejan entrever que no podía esperar el uso adecuado de los recursos técnicos a lo largo de la película, pero no son de recibo tantos errores de realización, ni un final tan atropellado que realmente cuesta saber ni siquiera donde están.

El guión es demasiado simple, Imanol Uribe simplifica demasiado el libro hasta el punto de que la investigación, que es el hilo conductor de la historia, llena de misterio y con la amenaza constante de los rivales (en el libro, se entiende), aparece casi como un juego y adolece de un nulo esfuerzo de producción que la convierten en algo secundario y monótono, que no engancha en ningún momento, exceptuando tal vez la escena en el despacho del profesor de universidad. Hasta el descubrimiento de los restos del barco, uno de los momentos culminantes, es previsible, poco emocionante y decepcionante, rodado en unas aguas a las que no se puede aplicar el calificativo de límpidas y con unos fondos marinos aburridos (mención aparte merece el numerito de la cueva, que si ya es un despropósito bucear sólo, más lo es meterse allí dentro).

Los personajes en general resultan poco creíbles, con unas actuaciones de las que sólo se salvan Carmelo Gómez (Coy), y tal vez Javier García Gallego (Piloto), y que llega a ser nefasta para la película en el caso de Aitana Sánchez-Gijón (Tánger Soto), personaje fundamental por ser el nexo de unión de todos los demás, resulta sencillamente increíble cada vez que aparece en escena en su papel de mujer hermosa, manipuladora y mentirosa, características que no llega a transmitir, hundiendo la historia de amor entre los dos personajes principales. Para terminar de rematar, los personajes de Enrico Lo Verso (Palermo) y Gonzalo Cunill (Kiskoros) quedan desdibujados, son malos de “cartón-piedra” que aportan poco a la historia, con el resultado de restar verosimilitud al giro final de la película, que no queda nunca justificado.

Una película que si bien por momentos promete, y en algún momento llega a ilusionar, acaba por convertirse en aburrida y monótona debido a la falta de ritmo, las malas interpretaciones y un guión mal planteado que no engancha.

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